jueves, 18 de junio de 2020

Un ejemplo de maltrato en una relación virtual de BDSM


Hace un par de meses una lectora, Artemisa, me escribió para decirme que un artículo de este blog, Cómo reconocer el maltrato en las relaciones de dominación/sumisión, le había sido muy útil para entender lo que había salido mal en su última relación. He pensado que ponerlo en el blog sería interesante para todas. Así que, sin más preámbulos, esto es lo que escribe Artemisa. 

El día anterior a leer el artículo Cómo reconocer el maltrato en las relaciones de dominación/sumisión, había dado por conclusa esta relación que, gracias al confinamiento, se ha desarrollado solamente en el mundo virtual. Una duración de alrededor dos meses. Leer tu texto me dejó claro que hice bien en darle fin, pero después de hacerlo (¡cuánta consistencia en mantener mis decisiones!) pensé que quizás dar una última opción de conversación real, desde la persona y no desde el personaje, sería saludable. Quizás no era necesaria esa última opción, por tu comentario “Cuando se niegan a hablar es que la relación no tiene posibilidad de rescate”, pero la decisión ya está hecha. Tampoco creo que fructifique y más habiéndole informado que yo había escrito en esta entrada, por lo tanto, sea lo que sea que publiques o me propongas publicar de esto que te estoy escribiendo, será posible que él lo lea. Mejor será así, dar voz y visibilidad a lo “oculto”. Que se ventile para que sea lo que tenga que ser. Sensación de participar en el “Me Too”.

Contextualizo: yo viví el mundo del BDSM a consciencia unos dos años. Entiendo que cada quién vive su proceso, y por conversaciones mantenidas entiendo que se produce una revisión vital desde los nuevos lentes, que sería poner nombre a preferencias, y se detectan transversalmente en la vida de cada quién. Por ello hablo de vivirlo conscientemente en ese periodo. En fin, durante esos dos años, y al reconocerme como sumisa, viví experiencias que no se las deseo a nadie. Descarté continuar en él y me desvinculé también del mundo virtual. Hace unos dos meses reapareció este hombre, con quien había tomado un café un día. Cordial y respetuoso ese café, además de mucha atracción mutua. Posteriormente, la comunicación no fluyó y descarté absolutamente nada con esta persona. De ello hace como dos años y medio. En este tiempo volvió a comunicarse conmigo, y yo no continuaba la conversación, indicándole que no era de mi interés. Por lo que se ve (yo ya ni lo recordaba) bloqueé su número, pero supongo que debí de desbloquear otros mecanismos de comunicación. Hace dos meses volví a indicarle que mi vida abrazaba mucho más que el BDSM, que no era mi único eje de expresión humana, que mi vida incluía mucho más. Era más, me había jubilado del BDSM - el precio que pagué había sido demasiado elevado para mí y no deseaba exponerme más. Avisé que descartaba el juego sin conocer a la persona exenta de su personaje: primero te quiero conocer, luego ya veremos si jugamos. Aceptó. Es un hombre hábil, ciertamente. Fue descartando cada uno de mis avisos y mi información previa. Al darme cuenta, yo lo iba señalando. Me sentía como en otras situaciones desagradables que yo había vivido. Yo intentaba discernir si era el halo de aquellas, que ahora impregnaba lo que vivía, o si bien el “tufo” salía realmente de ésta relación. Fui sincera, le informé de ello. No siento que salga del personaje, ello me genera toda la desconfianza del mundo. En el momento que me ordenó una práctica que sumaba la transgresión de dos límites míos, sentí que me paralizaba, comencé a sentir ansiedad y terror. Decidí que ahí aquello había finalizado. Se lo comuniqué. Su respuesta fue una afirmación: “me has utilizado…”. Ello se ubica en algo enunciado en el artículo del blog: “provocar sentimientos de culpa”.

Después de esta larga contextualización, van los puntos, tal y como se los escribí a él. Agrego cuestiones a clarificar y/o ejemplos vividos (he utilizado palabras de Hermes en el texto, aunque quizás no cite correctamente su artículo):

  1. Considerar los límites de la sumisa como algo a superar. Le señalé mis límites, pero él no los aceptó y presionaba para desgastarlos o romperlos. Viví las siguientes emociones: ansiedad y miedo. No era SSC (seguro, sensato y consentido). Su insistencia continuada era: tú no tienes límites. Yo insistía que evidentemente sí tengo, otra cuestión es estar en el juego de que le guste oírme decir que no tengo, teniendo presente cuáles son. Él insistía en que yo era su esclava.
  2. Problemas con la “palabra de seguridad”.  Ni siquiera hubo ocasión para conversarlo. No es SSC.
  3. Establecer un tipo de relación extrema para el que no está preparada la sumisa. Le informé repetidamente de mi ritmo. Pero él no respetó mi ritmo, con exigencias y manipulaciones para que yo lo descarte. No era SSC. Reiteradamente le informaba que era demasiado rápido para mí, que me ordenaba y presionaba a decir “sí” a prácticas que jamás había vivido, algunas ni habían estado en mi imaginario, otras que yo había descartado, otras más que yo había ubicado en el mundo de las fantasías y jamás en el de la realidad. Jamás dije “sí” a todas. A otras dije “sí”, aunque eran futuribles. A algunas que dije “sí” y era “no”, y viví las consecuencias. Me alegro que sólo fuera por escrito, que la palabra tiene fuerza, mucha, pero la energía de la presencia ya es delicada, delicada y delicada, y me alegro de no haberla vivido.
  4. Provocar sentimientos de culpa. Cuestionaba mi comportamiento, pero nunca el suyo. Aseguraba que tenía intención de dañarle con mis actos, se victimizaba. Conviertía mi sumisión en una obligación. No era SSC. Sentía que todo era queja, no asumir su responsabilidad, ubicar toda la responsabilidad en mí. Me encaja con la teoría de la atribución causal de Heider: la causa de lo que para él eran “fracasos” era yo, y la de los “éxitos”, él. Absoluto desequilibrio. Un ejemplo: A raíz de irme ordenando por texto la ejecución una práctica nueva para mí, donde de repente él despareció, viví el “bajón de sumisión” -creo que se le sumó que en ese momento yo experimentaba un día de la fase premenstrual, y yo soy muy sensible a los ciclos de mi cuerpo-. Sea lo que sea, le pedí acompañamiento en esta experiencia -empatía, compasión- y, cuando finalmente se comunicó, recibí quejas y reproches.
  5. Exageraciones y mentiras. Llegó a decir que perdía la oportunidad de mi vida si le dejaba. Yo le dije: lástima que hayas escrito esto. Mira dónde se ubica. No era SSC. (En este ejemplo, sentí un rechazo infinito hacia esa persona).

¿Qué hacer cuando se detectan estos síntomas? Le ofrecí una última oportunidad de conversación, pero no escrita, porque así no me sirve. Por aquello de que soy rematadamente optimista y me quedo tranquila una vez agotadas todas las posibilidades.

No creo que él proporcione este espacio. Quizás es saludable para mí que yo lo descarte. Es complejo gestionar la ambivalencia de las sensaciones y los deseos y alinearlos con las alertas que aparecen. Es complejo discernir si emanan de lo que se está viviendo o son reminiscencias de lo vivido en otras situaciones. Quizás meditar, ¿verdad?

Aún y con ello, para ser sincera, reconozco que experimenté el “espacio de sumisión” del que Hermes habla en otra entrada (lo leí después de experimentarlo, así pude nombrarlo), aunque no sé cuánto de autosugestión pudo llegar a existir en ello, pues se dio desde un lugar de desconocimiento real de la persona, así que supongo que obedecía a mi imaginario. Tengo dudas al respecto: ¿cuánto se explica desde la supuesta relación D-s y cuánto a factores ajenos a ella?

El ejercicio de escribirte, con su posible publicación, me facilita la objetivación de las vivencias. Me queda claro, otra vez, como en aquellos dos años dentro del BDSM, ¿con quién estoy? ¿Cómo lo estoy permitiendo? ¿Por qué no me escucha? No es el BDSM, no, son los hombres con quien yo me he topado. Mi parte de responsabilidad es elegir inteligentemente y todavía no soy hábil en ello. Lo sé porque he vivido una relación que se suponía que no se hallaba en el BDSM y resulta que lo fue. Fue precioso.

Gracias por proponérmelo, gracias por leerme. Sea lo que sea, a mí me ha ayudado, si es útil para otras personas, será una alegría.

Un abrazo,

Artemisa           

domingo, 14 de junio de 2020

Para volverte loca (pasaje) - Disciplina doméstica


Martes 20 de mayo, 1980

Se despertó llena de aprensión por su nueva sesión con el doctor Lancet. Después de lo que le había dicho, le daba asco pensar que la iba a volver a follar. Cuando entró en la sala de terapia se hizo la remolona para quitarse la ropa, luego para sentarse en el sillón. El doctor esperó pacientemente. La ató con las correas al sillón y a los estribos, pero no puso ningún vídeo.

Procedió a masturbarla con el vibrador y a quitárselo cuando estaba a punto de llegar al orgasmo. Así la tuvo durante las dos horas que duró la de sesión, casi el doble de lo habitual.

-Hemos terminado -dijo el doctor al final, y se puso a desatarla.

Esta vez no se marchó enseguida, sino que la apremió a vestirse y la echó del cuarto.

Excitada y frustrada, Cecilia corrió a masturbarse al dormitorio, pero por el camino sonaron las campanadas del Ángelus. Se planteó faltar, pero luego se lo pensó mejor. La Leona estaba siempre atenta a ver si acudía a las oraciones. Tendría problemas si no lo hacía. Luego Lucía se puso a hablar con ella hasta la hora del almuerzo. Cuando por fin encontró un rato para masturbarse ya se le había pasado la excitación.

Claramente, el plan del doctor era hacer crecer su deseo hasta que le suplicara que la follase. No le iba a dar ese gusto.

* * *

Miércoles 21 de mayo, 1980

Fue más tranquila a la terapia, esperando otra sesión de orgasmos denegados. Como de costumbre, el doctor la ató con las piernas abiertas en los estribos. Luego, para su sorpresa, le introdujo en la vagina una especie de huevo negro unido a un cable. El doctor hizo algo y el huevo se puso a vibrar dentro de ella. Puso un vídeo y desapareció entre las sombras.

-¿Volvemos a los vídeos? ¿Ya no tiene miedo de que me aficione a la pornografía?

-Éste es un vídeo muy especial, Cecilia. Lo traje de Estados Unidos. Míralo, creo que te gustará.

Efectivamente, estaba en inglés. Mostraba una pareja americana joven pero chapada a la antigua: él con traje y corbata, ella con un vestido verde oscuro que le llegaba hasta los tobillos. Ella le había preparado la cena, pero había un pequeño problema: el pollo que había metido al horno se le había quemado. Con una sonrisa, el marido le dijo que la tendría que castigar. Ella bajó la mirada y no dijo nada.

La vibración del huevo no era tan fuerte como la de la Magic Wand. No la iba a llevar al orgasmo, pero sí que la estaba excitando. Encima, este vídeo estaba resultando mucho más interesante que los que había visto hasta entonces. El marido llevó a su mujer a un sillón de respaldo alto. Sentado en él, le fue dando escuetas instrucciones sobre lo que tenía que hacer. Se veía que ella ya conocía el ritual: quitarse las bragas, ponerse a horcajadas sobre su muslo izquierdo, y apoyar las manos en el respaldo del sillón. Él le levantó el vestido hasta la cintura, exponiendo a la cámara unas nalgas ovaladas, muy blancas. Luego empezó un vigoroso spanking, que la esposa enseguida acusó con grititos y expresiones de dolor.

Esa había sido siempre una de sus fantasías favoritas. ¿Cómo lo había adivinado el doctor? Se veía que no había escogido el vídeo por casualidad. Intentó no hacer caso, desviar la mirada. Pero eso pondría sobre aviso al doctor de que le gustaba. Lo sentía espiarla desde la oscuridad. Cerró los ojos, pero el sonido de los azotes la persiguió, despertando imágenes en su mente aún más excitantes que las del vídeo. ¡Ay, cómo deseaba recibir una azotaina así! Con la mano, en vez de las feroces palizas que le había dado la Leona con la correa. Su vagina se contraía involuntariamente en torno al consolador.

El marido le reñía ahora a su esposa, mientras continuaba castigando su trasero de forma metódica. Le hacía preguntas que ella contestaba al principio con voz normal, luego crecientemente alarmada por la picazón de los cachetes. Las nalgas habían pasado del blanco a un precioso color sonrosado. Habían tenido que azotar a la actriz de verdad para hacer ese vídeo.

No aguantaba más. Y tampoco era cuestión de tener que correr a esconderse para masturbarse cuando acabara la sesión. Se puso a contraer la vagina sobre el consolador hasta que se corrió.

El vídeo terminaba con la esposa colocándose de cara a la pared, con el culo al aire y las manos detrás del cuello. Eso siempre había sido una parte esencial de su fantasía.

-El vídeo muestra la sumisión de la mujer a su marido de la que te hablé -le dijo el doctor mientras le desataba los brazos-. Has reaccionado mejor de lo que esperaba, Cecilia.

-Pero… no lo entiendo… ¿No es el sadomasoquismo una perversión, como la homosexualidad?

-Esto no es sadomasoquismo. Es un spanking que un marido le da a su esposa para castigarla. Domestic discipline, my dear! 

Se quedó pensando lo que decir a continuación, mientras dejaba que le doctor le soltara las piernas.

-Pero… ¿qué pretende hacer enseñándome ese vídeo? ¿Que me exciten los spankings?

-¡Oh, pero si ya te excitan, my dear Cecilia! Quizás tú no te des cuenta, pero yo sí. But don’t worry, es la reacción normal de la mujer ante la autoridad del hombre.

-Entonces, si el spanking me excita, ¿cómo puede ser un castigo?

-Ah, that’s an excellent question! Pero tú ya sabes la respuesta. El placer también puede ser un castigo. Demostré eso en nuestra primera sesión, didn’t I? Pero lo más importante es que el placer, como el dolor, es capaz de anular la voluntad. La penetración y el orgasmo son instrumentos de sumisión. Y en el spanking se mezclan la excitación sexual con el dolor y la humillación. ¿Qué mejor manera para someter a la esposa?

-Supongo que eso me lo irá demostrando en las siguientes sesiones. Can’t wait!