domingo, 23 de diciembre de 2018

Los dos feminismos

Este año que se acaba, 2018, ha sido un buen año para el feminismo. En realidad, paradójicamente, el poder del feminismo ha estado en auge desde la elección de Donald Trump en ese triste otoño del 2016. Ha habido manifestaciones multitudinarias de mujeres en todo el mundo. El movimiento #MeToo ha mostrado la dimensión real de los ataques sexuales contra las mujeres. Un montón de mujeres lograron cargos de primera fila en el gobierno de España, mientras que en Estados Unidos cientos de mujeres eran elegidas como representantes en el Congreso. Como progresista y feminista que soy, todo esto me llena de alegría y esperanza por un futuro mejor.

Sin embargo, hay algunas cosas en este auge del feminismo que me ponen algo nervioso. Y, por lo que veo, muchos otros hombres también lo están. Hay posturas en el feminismo que amenazan con revertir las libertades sexuales que tanto costó conseguir, sobre todo para los que practicamos sexualidades marginadas como el BDSM o modelos de relación alternativos como el poliamor. A veces también se confunde el atacar al patriarcado con el atacar a los hombres. Sin embargo es difícil argumentar, rebelarse contra ciertas posturas dogmáticas, matizar entre posiciones extremas. Al hacerlo te arriesgas a que te traten de machista o, lo que es peor, darle munición al enemigo, a los Republicanos en Estados Unidos, o a los de Vox o del PP en España.

Para mí, la solución a este dilema ha venido al darme cuenta de que en realidad hay dos feminismos, dos ideologías que han estado claramente enfrentadas desde los años 80. Mientras apoyo completamente uno de estos feminismo, el que se ha dado en llamar feminismo sexo-positivo o pro-sexo, me declaro enemigo acérrimo del otro, que muchos llaman “feminismo anti-porno”. Ya escribí sobre esto en un artículo de este blog en el 2014, El Feminismo Anti-Porno, la Guerra del Sexo y el nacimiento del Feminismo Sexo-Positivo. Sin embargo, desde entonces me he dado cuenta de muchas cosas. Yo pensaba que el feminismo anti-porno estaba prácticamente derrotado y que el feminismo de la tercera ola era mayoritariamente pro-sexo. En eso estaba equivocado: el feminismo anti-porno no sólo sigue vivo sino que es tremendamente poderoso. Está atrincherado en las universidades. Ha escalado dentro de la política para instalarse en los más altos cargos. Se ha transformado para camuflarse, para esconder los elementos de su ideología que ahora sabe que le chirrían tanto a hombres como a mujeres. Se ha vuelto mentiroso y traicionero. Pero lo peor de todo es que se ha apoderado descaradamente de la etiqueta feminista, declarando que sus ideas son las del movimiento feminista en general. En realidad están en minoría, pero saben que eso no importa si ellas son las que salen en los periódicos, las que escriben los libros, las que se instalan en los ministerios. El #MeToo les ha dado nuevas fuerzas; han sabido instrumentalizar el sufrimiento de todas esas mujeres para darle más argumentos a su ideología.

Pero vayamos por partes. Este es un problema complejo en el que es necesario matizar. Lo primero que debo decir es que en muchas cosas el feminismo sexo-positivo y el feminismo anti-porno defienden las mismas posturas. Por supuesto, los dos defienden la igualdad de derechos del hombre y la mujer. Los dos defienden la libertad reproductiva, en su doble vertiente de anticoncepción y libertad de abortar. Los dos luchan contra el maltrato de la mujer: contra la violación, el acoso sexual y la violencia doméstica. Quizás porque estas causas comunes son tan importantes se intentan ocultar las diferencias entre los dos feminismos, no sea que el movimiento se divida y pierda energía en discusiones internas. Creo que esto es un error, porque lo que está ocurriendo en realidad es que el feminismo anti-porno hace que muchas personas, sobre todo hombres, rechacen al feminismo en general y no le presten el apoyo que desesperadamente necesita.

¿Cuáles son, entonces, las diferencias entre el feminismo sexo-positivo y el feminismo anti-porno? Las raíces históricas de estas dos ideologías están descritas en detalle en mi artículo anterior, así que sólo las resumiré aquí, aportando elementos nuevos.  Y, si crees que todo esto me lo estoy inventando, puedes consultar estas entradas de Wikipedia sobre el feminismo anti-porno, el feminismo sexo-positivo y la “Guerra del Sexo” entre estas dos corrientes feministas. Por desgracia, todo esto está en inglés y la información que hay en español es mucho más limitada. En resumidas cuentas, el feminismo anti-porno aparece en los años 70 como una rama radical del feminismo opuesta a la pornografía, el sadomasoquismo y la prostitución. El feminismo sexo-positivo nace en 1980 como oposición al feminismo anti-porno. Se origina en San Francisco con el grupo de lesbianas sadomasoquistas Samois, pero pronto se extiende por todo Estados Unidos, dando lugar a la “Guerra del Sexo” durante las décadas de los 80s y los 90s. Con el nuevo milenio, las posturas de la sociedad sobre el sexo habían cambiado tanto que supusieron la derrota del feminismo anti-porno en los temas de la pornografía y el sadomasoquismo.

El feminismo anti-porno había sostenido que la pornografía sólo puede agradar a los hombres porque la sexualidad masculina es visual mientras que la femenina se basa más en los sonidos, las sensaciones y las ideas. Además, la pornografía es denigrante para las mujeres porque las trata como objetos y degrada su cuerpo con posturas y actos humillantes. Sólo en una situación de explotación, decían, accedería una mujer a aparecer en fotos o películas porno. Sin embargo, al popularizarse la pornografía con el advenimiento de la internet resultó que muchas mujeres empezaron a verla y excitarse con ella. Resulta que a las mujeres también las pone ver imágenes eróticas. No sólo eso, sino que se puso de moda entre las mujeres jóvenes hacerse fotos porno o aparecer en vídeos de contenido sexual. Resultó que las mujeres son mucho más exhibicionistas que los hombres; a muchas les excita la idea de que haya gente excitándose y masturbándose al verlas. Hacen y distribuyen porno casero, gratis. Si quieres verlo, date una vuelta por FetLife.com. De todas formas, la feministas anti-porno no se dan por vencidas. La lucha continúa con libros que hablan de la adicción al porno y los daños que está haciendo a la vida sexual de los jóvenes. Se distingue también entre el porno “machista”, dirigido a los hombre y explotador de las mujeres, y el porno “feminista”, hecho por mujeres para mujeres. Pero a la mayor parte de la gente todo esto le trae sin cuidado. Cada vez se ve más porno, y muchas parejas lo ven juntos como parte de su vida sexual. Como ejemplos de ataques a la pornografía del feminismo anti-porno contemporáneo, ver esto y esto. Como ejemplos de apoyo a la pornografía del feminismo prosexo, ved estos artículos de Apoyo Positivo, de Pikara Magazine, de la actriz Armarna Miller y en Medium.

Algo parecido pasó con el sadomasoquismo, que cada vez es más aceptado socialmente. Sin embargo, a diferencia de la pornografía, el BDSM es practicado sólo por una minoría de la población. Quizás por esa razón, los practicantes del BDSM empezaron a formar organizaciones en los años 70 y 80 siguiendo el modelo de las organizaciones gay. Así surgieron The Eulenspiegel Society de Nueva York, The Black Rose de Washington, DC, The Society of Janus de San Francisco y Threshold de Los Ángeles. Samois, el grupo que dio origen a la Guerra del Sexo, era una rama de Society of Janus. Los argumentos del feminismo anti-porno contra el BDSM eran también más difíciles de responder: en definitiva, el sadomasoquismo practica la violencia contra las mujeres, reproduce desigualdades de roles en el sexo, y usa una parafernalia muy similar a la de los más infames métodos de tortura. El que todo esto se hace de forma consensuada, consentida, segura y como diversión era algo difícil de transmitir. Por eso las sociedades BDSM inventaron el SSC (seguro, sensato y consentido) como los parámetros que distinguen los juegos sadomasoquistas del abuso sexual. En eso el BDSM se adelantó en el tiempo al sexo vainilla: el “yes means yes” (“sí quiere decir sí”) como criterio de consentimiento para el sexo, que hace poco se impuso como ley en sitios como California, ya se usaba en el BDSM en los años 80. Poco a poco el BDSM fue ganando aceptación en la cultura general, ayudado quizás por la fascinación que su estética ejerce aun entre quienes no lo practican. Historia de O (novela y película), las fotos eróticas de Madonna, las películas Eyes Wide Shut, Nueve Semanas y Media y Secretary culminaron con 50 Sombras de Grey en marcar el camino de la aceptación del BDSM, incluso cuando el mensaje de estas obras no era enteramente a favor de estas prácticas. De todas formas, algunas feministas siguen atacando cerrilmente al BDSM desde posturas de ignorancia e incomprensión, como este libro de una “educadora social”. Se sigue luchando contra el BDSM como parte de la “cultura de violación”, mientras que se ignora cómo en el género de la novela romántica, escrita por mujeres para mujeres, se presenta a menudo la violación como algo excitante y positivo. Como ejemplos de los continuos ataques al sadomasoquismo del feminismo anti-porno, leed este artículo de Lidia Falcón o este blog. Como ejemplo de la defensa del BDSM por el feminismo prosexo, leed este artículo en El País, este en El Mundo, esta entrevista con una sumisa feminista, este blog en Amino, y, como no, la opinión de Golfos con Principios.

Pero si hay algo donde el feminismo anti-porno sigue dando la batalla es en el tema de la prostitución, a base de promulgar la idea de que la prostitución es idéntica a la trata de mujeres para su explotación sexual. En este otro artículo del blog presento evidencia de que esto no es verdad: según un estudio de la ONU, al menos el 80% de las prostitutas en Europa practican la prostitución de forma voluntaria. El feminismo sexo-positivo apoya a las trabajadoras del sexo y las ayuda a luchar por legalizar su situación y acabar con el maltrato y la explotación que sufren. Por ejemplo, el famoso consejero sexual Dan Savage ha recibido en su podcast Savage Lovecast a representantes de organizaciones de defensa de las prostitutas, como Coyote. No voy a explicar los argumentos a favor de legalizar la prostitución, de los que hablo en mis novelas y en otros artículos de este blog. Ejemplos de ataques a la prostitución por parte del feminismo anti-porno y de su continua negación de la diversidad de posturas del feminismo sobre este tema son este artículo de Lidia Falcón, estos de la profesora Rosa Cobo en El País y en El Diario y la creación de grupos anti-prostitución.

Las feministas anti-porno también se han posicionado en otros temas de gran relevancia social. Por ejemplo, se oponen al embarazo subrogado, los llamados “vientres de alquiler”, que consiste en que una pareja infértil pague a una mujer para que lleve a cabo la gestación de su hijo. Por lo visto, esto se parece demasiado a la prostitución para el gusto de estas feministas. En definitiva, se trata de pagar por usar el cuerpo de una mujer con fines sexuales, en este caso a la función más biológica del sexo: la reproducción. Por ejemplo, esto es lo que opina Lidia Falcón sobre el tema. Desde mi punto de vista, se trata de una transacción perfectamente legítima donde todo el mundo sale ganando... A condición, por supuesto, de que se haga de forma no explotadora. Para ello se necesita que sea algo regulado por las leyes y bajo la supervisión del Estado, que es precisamente lo que el feminismo anti-porno lucha por impedir.

¿Existe un denominador común a todas estas actitudes anti-sexo del feminismo anti-porno? ¿Se basan en determinadas ideas básicas? Tras mucho reflexionar sobre ello, he llegado a la conclusión de que todas estas posturas están basadas en el rechazo al deseo sexual masculino. Una de las claves de esto es el hecho de que en los años 70, cuando se empezó a atacar a la pornografía y al sadomasoquismo, también se difundió la idea de que la penetración de la mujer por el hombre era un acto intrínsecamente machista y agresor. Se llegó a decir que la penetración es lo mismo que la violación, algo que todavía defienden algunas feministas radicales. La demonización de la penetración se desarrolla progresivamente como reacción a la idea opuesta, propuesta por la Iglesia, los conservadores y gente como Sigmund Freud, de que la única sexualidad “normal” es la lleva a la concepción, es decir, la penetración pene-vagina. Este conflicto entre las concepciones sobre el sexo de los conservadores y el feminismo se puede apreciar en la famosa novela The Handmaid’s Tale  de Margaret Atwood, y en la serie de televisión basada en ella, que se ha convertido en uno de los iconos del feminismo moderno. Por supuesto, el feminismo anti-porno y el feminismo sexo-positivo están de acuerdo en que la sexualidad humana no sirve sólo para la procreación, pero con importantes diferencias. El feminismo sexo-positivo acepta todas los actos sexuales, aunque los argumentos del feminismo anti-porno se han infiltrado en forma de críticas al “coitocentrismo”. El feminismo anti-porno  enfatiza la importancia del clítoris como centro de la sexualidad femenina, niega la existencia del orgasmo vaginal, y presenta el coito vaginal como algo políticamente incorrecto, como argumentaba en un artículo de este blog. Esto ha marginado las preferencias sexuales de millones de mujeres y ha negado a otras una importante fuente de placer: la vagina y el punto G.

Otras de las ideas que subyacen al feminismo anti-porno son sus visones del hombre y la mujer. Al hombre se lo presenta como un ser hipersexual y agresivo, que “piensa con la polla” y vive “intoxicado por la testosterona”, memes misándricos que se han instalado en la cultura moderna. El estereotipo de la mujer que ofrece el feminismo anti-porno es tan asexual como el de la “mujer angelical” del puritanismo anglosajón, sólo que es menos delicada, más agresiva y rechaza estar abocada a la procreación. Como no está sometida al fuerte deseo sexual del hombre, puede usarlo para controlarlo. Pero pare que esto funcione hay que impedirle al hombre encontrar formas de satisfacer su deseo fuera de la pareja; por eso hace falta eliminar la pornografía y la prostitución. Tampoco convienen las parejas abiertas y el poliamor, no sea que sirvan para aumentar la competencia entre las mujeres. Y es que al feminismo anti-porno le gusta ver a las relaciones de pareja como una fuente interminable de conflictos, porque concibe a los deseo sexuales masculino y femenino como irreconciliables. Dice que el hombre vive obsesionado con dominar a la mujer, penetrándola y degradándola sexualmente con actos sadomasoquistas. La mujer, por el contrario, busca conexión emocional y cariño en un sexo igualitario. Como el deseo sexual del hombre es básicamente agresivo y dominante (“malo”) mientras que el de la mujer es cariñoso e igualitario (“bueno”), hay que poner a la sexualidad del hombre al servicio de la de la mujer. Para ello se exhiben pruebas como la “brecha del orgasmo”, que demuestran lo egoístas que son los hombres en el sexo. Hay que “educarlos”, es decir, avergonzarlos y culpabilizarlos, hasta ponerlos al servicio de la sexualidad femenina. Por ejemplo, véanse estos artículos de Lidia Falcón 1, 2, 3.

Por suerte, con el tiempo se va demostrando que todos estos estereotipos que nos quiere vender el feminismo anti-porno no son verdad. La liberación sexual de la mujer iniciada en los años 70 con la invención de la píldora anticonceptiva sigue en marcha. Y a medida que las mujeres se vuelven más libres, comprobamos que quieren disfrutar de su sexualidad de la misma manera que los hombres, lo que también significa ver pornografía, practicar el BDSM, asistir a stripteases en los que se desnudan hombres atractivos  y, quién sabe, incluso tener acceso a la prostitución masculina. En realidad, los deseos sexuales de los seres humanos de ambos sexos existen en un amplio abanico de posibilidades, que van desde un hacer el amor con cariño hasta el sexo más violento.  Y estas preferencias no se dividen claramente de acuerdo con el género: a muchas mujeres les gusta el sexo violento y muchos hombres prefieren el cariño. Por eso el movimiento sexo-positivo, que si bien nació dentro del feminismo ahora existe independientemente, busca la aceptación de todo tipo de sexo consensual y entre adultos, en un plano de auténtica igualdad.

Quiero acabar diciendo que soy plenamente consciente de que la división entre feminismo anti-porno y feminismo prosexo en muchos casos no es demasiado clara: muchas personas tienen opiniones comunes o intermedias entre estos dos bandos. Creo que ahí está precisamente el problema, pues estas posturas se basan en sistemas de valores distintos sobre el sexo y la naturaleza de las mujeres y los hombres. En particular, la visión del sexo como algo sacrosanto que no se puede banalizar ni vender reproduce los valores del conservadurismo religioso y es incompatible con los valores de liberación sexual del feminismo sexo-positivo. Y la concepción de las sexualidades femenina y masculina como fuentes de perpetuo conflicto nos aboca a una guerra entre los sexos que nadie puede ganar. Creo que lo mejor es empezar a delimitar las ideas de los dos feminismos, para que cada cual se apunte al que más le convenza y así evitar que el rechazo al feminismo anti-porno se convierta en un rechazo al feminismo en general.