Cuando acabaron de fregar los platos fueron a reunirse con Lorenzo en la sala de estar. Había bajado la luz y puesto música. Cecilia se sentó a su lado, le pasó la mano por la mejilla y lo besó suavemente en los labios. Él le recorrió con la mano el muslo desnudo, despertándole escalofríos en todo el cuerpo. Malena se sentó al otro lado de Lorenzo, abrazándolo por detrás, hundiendo la cara en su espalda.
-Me ha dicho Malena que vais a atarme, como aquella vez…
-¡No, yo no he dicho eso! -protestó Malena.
-Sí, Malena. Me dijiste que queríais probar lo del sadomasoquismo, ¿no?
-Bueno, eso son cosas de Chiqui…
-Pues puede ser divertido, Lorenzo… Podríamos jugar a que quiero escaparme, como ese día que iba a irme a casa de Laura. Vosotros me atáis y luego os aprovecháis de mí. ¿No te apetece? ¡Venga, seguro que te gusta!
-Yo no sé hacer esas cosas, tía.
-Bueno, pues yo os enseño.
Cecilia se levantó y se plantó delante de ellos. Sonriendo, se desabrochó el botón de sus short y se fue bajando la cremallera lentamente. Luego se dio la vuelta, sacó el culo de forma provocativa y se bajó los pantaloncitos. No llevaba bragas debajo. Tenía las nalgas tostadas por el sol, con sólo un breve triángulo blanco en el centro y la parte superior, donde las había cubierto el bikini.
-¿Quién quiere darle unos azotes a este culete? -preguntó con voz seductora mientras meneaba el trasero.
Malena se levantó, fue junto a ella y le acarició el culo.
-¡Venga, Lorenzo, anímate!
-No. Yo no puedo pegarle a una mujer.
-¡Pero si a mí me gusta!
-Da lo mismo. Es cuestión de principios.
-Venga, no seas fanático, Lorenzo.
-¡Que no, Chiqui!
-Vale pues pégame tú, Malena.
Malena sonrió. Levantó la mano y le dio un cachete.
-Puedes pegarme más fuerte.
Malena le dio otro azote. Cecilia ni se inmutó.
-¿No te duele?
-Pues no, la verdad… Es que estoy acostumbrada a que me peguen mucho más fuerte.
-Pues yo no te puedo pegar más fuerte, que me duele la mano.
Lorenzo sonrió.
-Seguro que te duele mucho más la mano que a ella el culo, Chiqui.
-¡Jodeeeer! ¡Pues vaya par de sadomasoquistas que estáis hechos los dos!
Cecilia se bajó los shorts hasta que los tuvo enredados en un tobillo. Luego, de una patada, los mandó al otro extremos del salón.
-Vale, pues entonces pégame tú a mí.
-¡No digas tonterías, Malena! Si te pego te va a entrar uno de tus ataques de pánico.
-¡Que no! Ya te he dicho que ya no me dan -dijo Malena con voz de niña mala.
-No me hables en ese tono… ¡a ver si te voy a tener que zurrar de verdad!
-¡Hablo como me da la gana!
-No me contestes, Malena. Ya sabes que yo no me ando con tonterías.
-¿Qué te crees, que te tengo miedo?
-Pues harías bien en tenérmelo.
-¡Bah! ¡Si eres una blandengue! ¡Y además, Laura es una idiota!
-No metas a Laura en esto, que ella no tiene nada que ver.
-¡Laura es una idiota y una estúpida!
-¡Mira, Malena, ya está bien!
Malena le sacó la lengua.
Lorenzo se revolcaba de risa en el sofá.
-¡Muy bien! Conque esas tenemos, ¿eh? ¡Pues ahora, verás! … ¡Lorenzo, joder, quítate de ahí, tío! Si no me vas a ayudar, por lo menos no incordies.
-¡Perdona, tía! -dijo Lorenzo apresurándose a levantarse del sofá.
Cecilia agarró a Malena por las muñecas y la miró a los ojos para asegurarse de que todo iba bien. Malena le volvió a sacar la lengua.
Sujetándole las muñecas con una sola mano, Cecilia le desabrochó el botón de los vaqueros y le bajó la cremallera. Malena pudo haberse zafado en cualquier momento, pero no ofreció ninguna resistencia. Le bajó los pantalones hasta dejárselos en los tobillos.
-¡Ahora verás lo que le pasa a las niñas malas!
Volvió a cogerla de las muñecas y tiró de ella hacia el sofá. Malena dio un traspiés y cayeron las dos sobre el asiento. Hábilmente, Cecilia la agarró de una cadera y la hizo girar bocabajo sobre su regazo.
-Lorenzo, cógele las manos… Y mírala a la cara.
Lorenzo vaciló, pero enseguida comprendió lo que quería. Asintió y se arrodilló junto al sofá, tomando las manos de Malena suavemente en las suyas.
Le propinó dos cachetes flojitos sobre las bragas blancas. Malena pataleó un poco y se rio.
-¿Así que esto te parece divertido, eh? ¡Pues ahora verás!
Tiró de las bragas hasta dejárselas liadas en los muslos. Malena tenía un culito pequeñín, blanco y redondito. Por alguna misteriosa razón, la pecas le desaparecían en la cintura y le volvían a aparecer a los lados de los muslos. ¡Ay, cuántas veces había sentido la tentación de hacer lo que estaba a punto de hacer ahora! Le latía fuerte el corazón.
Malena estaba inmóvil salvo por un movimiento de vaivén de sus caderas, sutil y sensual, que traicionaba su excitación. Cecilia empezó a pegarle alternando de una nalga a otra, sin mucha fuerza pero con un ritmo constante. Malena gimió, pero no de dolor.
-¿Qué? Duele, ¿eh?
-No me está doliendo nadita.
-¡Ya lo sé, tonta! ¡Estás disfrutando como una enana, se te nota un montón!
Lorenzo tenía la mirada clavada en el rostro de Malena. Levantó los ojos hacia Cecilia y movió la cabeza afirmativamente. Malena enterró la cara en el sofá.
-¡Pues ahora vas a ver! No todo va a ser gusto, que estabas portándote muy mal.
Levantó la mano y le dio un azote de los de verdad, que restalló por toda la habitación.
-¡Ay! ¡Ese sí que duele!
-¿Ves? Eso es para que aprendas a ser buena.
-¡No me da la gana! ¡No quiero ser buena!
Pues sí que tiene madera de masoca, pensó Cecilia.
Se puso a darle una buena zurra, sin pasarse, pero tampoco sin contemplaciones. Malena apretó el culo, pataleó todo lo que le permitían los pantalones en sus tobillos.
-Bueno, pues cuando te decidas ser buena, me lo dices y paramos.
-¡Ay, sí! ¡Para un poquito!
Cecilia detuvo la azotaina y le acarició las nalgas. Tenían un precioso color sonrosado y estaban muy calientes. Malena respondió a sus caricias volviendo a mover las caderas. Cecilia sabía por experiencia que iba a querer más.
-¿Vas a ser buena?
-¡No!
La volvió a azotar, primero flojito, luego aumentando gradualmente la fuerza de los golpes. Malena aguantó un buen rato, quejándose, gimiendo, meneando el culo y dándole pataditas al sofá.
Lorenzo se había puesto a acariciar el pelo de Malena, sujetándole aun las muñecas con su otra mano. Seguía todo el proceso fascinado, alternando la mirada entre el trasero de Malena y el rostro de Cecilia.
Sabía por su propia experiencia que Malena no le iba a pedir que parara. Estaría envuelta en una abrumadora confusión de dolor, placer, humillación, sumisión y fantasías que no la dejaría pensar en nada más. Mejor no arriesgarse y detenerse a tiempo. Empezó a espaciar más los azotes, intercalándolos con caricias a las nalgas rojas y calientes. Malena respondió levantando el trasero de forma obscena, gimiendo con cada caricia y quejándose con cada azote.
-¿Qué? ¿Vas a ser buena ahora?
-Sí… No… ¡Ay! ¡No me pegues tan fuerte! … Sí, sí, acaríciame así… ¡Ay! ¡Sí, voy a ser buena! ¡Voy a ser muy buena!
Le agarró una nalga ardiente y se la estrujó. Le deslizó los dedos en la raja del coño. Malena se tensó y suspiró. Estaba empapada por dentro.
-Pues me vas a obedecer en todo lo que te diga, si no quieres recibir más.
-Vale…
-Venga, pues te vas poner de rodillas junto al sofá… ¡Así, castigada con el culo al aire! No te muevas, ¿eh?
Cecilia se llevó Lorenzo aparte, donde no los podía oír Malena. Su polla le abultaba la delantera del pantalón. Se la acarició. Lorenzo tenía la respiración agitada. Le cogió la mano para retenérsela contra sí.
-¿Qué? Te has puesto cachondo, ¿eh?
-Le has pegado un montón, tía… ¿Estás segura de que está bien?
-Segurísima… Lo que está es muy excitada. Necesitas que la folles ya mismo, así que vete a la habitación, desnúdate y ponte un condón.
-¡Pero tía, yo quería follarte a ti! Hace mucho que no lo hacemos.
-¡Pues te jodes! Haberme dado unos azotes cuando te lo pedí. Ahora no podemos dejar a Malena colgada.
En cuanto Lorenzo se fue al cuarto, volvió junto a Malena. Le puso la mano en la espalda y la empujó hasta que tuvo la cabeza sobre el sofá.
Ya no podía aguantarse más. Empezó a masturbarse. Malena volvió la cabeza, la vio y le sonrió.
-Ahora tendrás que aguantarte con todo lo que queramos hacerte, ya lo sabes.
Por toda respuesta, Malena soltó un quejido que expresaba un enorme deseo y sumisión.
Lorenzo apareció, desnudo, con un condón cubriendo su espectacular erección. Malena lo vio y se agitó, nerviosa, gimiendo esta vez de aprensión. Cecilia le acarició el pelo.
-No te preocupes, chiquitina, que yo estoy aquí contigo. Pero ahora tienes que ser buena y dejar que te culee tu marido. Verás como te va a gustar.
Lorenzo se arrodilló detrás de Malena y la fue penetrando despacio. Al principio Malena se quejó y se retorció, pero pronto el deseo superó sus temores y la obligó a arquear las caderas para ofrecerse mejor. Lorenzo completó la penetración y empezó el bombeo, al que pronto se unió Malena con jadeos y gruñidos de animal. Cecilia, con una pierna en el sofá y una rodilla en el suelo, se masturbó energéticamente mientras los contemplaba, acariciando a Malena con la otra mano: su pelo, su mejilla, su espalda, su trasero ardiente y sonrosado, hasta detenerse en el lugar donde las enérgicas embestidas del vientre de Lorenzo se lo aplastaba rítmicamente.
-¿Ves que bien? ¡Si es que no hay nada como que te follen con el culo bien caliente!
Eso desencadenó el clímax de Malena. Sus quejidos se convirtieron en grititos, su cuerpo se convulsionó en espasmos de placer. Cuando el orgasmo parecía abatirse, volvió a empezar con aún mayor intensidad, a juzgar por los aullidos de Malena. Con dos fuertes acometidas, Lorenzo se corrió a su vez. Cecilia se desplomó sobre la espalda de Malena mientras que se apresuraba a aplicarle a su clítoris los toques finales para llegar ella también a la cúspide.
Lorenzo, exhausto y satisfecho, se dejó caer sobre ella. Se quedaron los tres un rato apilados, recuperando el aliento. Luego los dos ayudaron a Malena a sentarse en el sofá entre ellos, abrazándola.
-¿Te ha gustado, Chiqui?
-Sí, mucho… -Malena soltó una risita-. Estaba como en una nube.
-Hubo un momento que pensé que se estaba pasando un huevo contigo… Pero pensé que era mejor no interrumpir, porque Cecilia sabe un montón de estas cosas.
-¡Pues sí, menos mal que no lo hiciste, porque lo hubieras echado todo a perder! ¿Verdad, Cecilia?
-Bueno, en estas cosas nunca se sabe… Me alegro de no haberme equivocado.
-Pues yo hubiera podido seguir un poco más. Ahora entiendo por qué te gusta que te peguen. ¡Está fenomenal! Es un sentimiento muy dulce, que te llena por todas partes, como si te volvieras muy blandita por dentro, ¿verdad?
-Sí. Es lo que yo llamo sentirme sumisa.
-¿Ves como no pasa nada por pegar, Lorenzo?
-Pues yo nunca podría pegarte a ti, Chiqui.
-¿Y a mí tampoco?
-A ti menos, Cecilia. No pienso maltratar a ninguna mujer.
-¡Ay, Lorenzo! ¡No seas tan cerrado de mollera, joder! ¡Y deja ya de mirarme con esa cara de pena! Nos tomamos un descansito y luego me follas a mí, ¿vale?
-Me ha dicho Malena que vais a atarme, como aquella vez…
-¡No, yo no he dicho eso! -protestó Malena.
-Sí, Malena. Me dijiste que queríais probar lo del sadomasoquismo, ¿no?
-Bueno, eso son cosas de Chiqui…
-Pues puede ser divertido, Lorenzo… Podríamos jugar a que quiero escaparme, como ese día que iba a irme a casa de Laura. Vosotros me atáis y luego os aprovecháis de mí. ¿No te apetece? ¡Venga, seguro que te gusta!
-Yo no sé hacer esas cosas, tía.
-Bueno, pues yo os enseño.
Cecilia se levantó y se plantó delante de ellos. Sonriendo, se desabrochó el botón de sus short y se fue bajando la cremallera lentamente. Luego se dio la vuelta, sacó el culo de forma provocativa y se bajó los pantaloncitos. No llevaba bragas debajo. Tenía las nalgas tostadas por el sol, con sólo un breve triángulo blanco en el centro y la parte superior, donde las había cubierto el bikini.
-¿Quién quiere darle unos azotes a este culete? -preguntó con voz seductora mientras meneaba el trasero.
Malena se levantó, fue junto a ella y le acarició el culo.
-¡Venga, Lorenzo, anímate!
-No. Yo no puedo pegarle a una mujer.
-¡Pero si a mí me gusta!
-Da lo mismo. Es cuestión de principios.
-Venga, no seas fanático, Lorenzo.
-¡Que no, Chiqui!
-Vale pues pégame tú, Malena.
Malena sonrió. Levantó la mano y le dio un cachete.
-Puedes pegarme más fuerte.
Malena le dio otro azote. Cecilia ni se inmutó.
-¿No te duele?
-Pues no, la verdad… Es que estoy acostumbrada a que me peguen mucho más fuerte.
-Pues yo no te puedo pegar más fuerte, que me duele la mano.
Lorenzo sonrió.
-Seguro que te duele mucho más la mano que a ella el culo, Chiqui.
-¡Jodeeeer! ¡Pues vaya par de sadomasoquistas que estáis hechos los dos!
Cecilia se bajó los shorts hasta que los tuvo enredados en un tobillo. Luego, de una patada, los mandó al otro extremos del salón.
-Vale, pues entonces pégame tú a mí.
-¡No digas tonterías, Malena! Si te pego te va a entrar uno de tus ataques de pánico.
-¡Que no! Ya te he dicho que ya no me dan -dijo Malena con voz de niña mala.
-No me hables en ese tono… ¡a ver si te voy a tener que zurrar de verdad!
-¡Hablo como me da la gana!
-No me contestes, Malena. Ya sabes que yo no me ando con tonterías.
-¿Qué te crees, que te tengo miedo?
-Pues harías bien en tenérmelo.
-¡Bah! ¡Si eres una blandengue! ¡Y además, Laura es una idiota!
-No metas a Laura en esto, que ella no tiene nada que ver.
-¡Laura es una idiota y una estúpida!
-¡Mira, Malena, ya está bien!
Malena le sacó la lengua.
Lorenzo se revolcaba de risa en el sofá.
-¡Muy bien! Conque esas tenemos, ¿eh? ¡Pues ahora, verás! … ¡Lorenzo, joder, quítate de ahí, tío! Si no me vas a ayudar, por lo menos no incordies.
-¡Perdona, tía! -dijo Lorenzo apresurándose a levantarse del sofá.
Cecilia agarró a Malena por las muñecas y la miró a los ojos para asegurarse de que todo iba bien. Malena le volvió a sacar la lengua.
Sujetándole las muñecas con una sola mano, Cecilia le desabrochó el botón de los vaqueros y le bajó la cremallera. Malena pudo haberse zafado en cualquier momento, pero no ofreció ninguna resistencia. Le bajó los pantalones hasta dejárselos en los tobillos.
-¡Ahora verás lo que le pasa a las niñas malas!
Volvió a cogerla de las muñecas y tiró de ella hacia el sofá. Malena dio un traspiés y cayeron las dos sobre el asiento. Hábilmente, Cecilia la agarró de una cadera y la hizo girar bocabajo sobre su regazo.
-Lorenzo, cógele las manos… Y mírala a la cara.
Lorenzo vaciló, pero enseguida comprendió lo que quería. Asintió y se arrodilló junto al sofá, tomando las manos de Malena suavemente en las suyas.
Le propinó dos cachetes flojitos sobre las bragas blancas. Malena pataleó un poco y se rio.
-¿Así que esto te parece divertido, eh? ¡Pues ahora verás!
Tiró de las bragas hasta dejárselas liadas en los muslos. Malena tenía un culito pequeñín, blanco y redondito. Por alguna misteriosa razón, la pecas le desaparecían en la cintura y le volvían a aparecer a los lados de los muslos. ¡Ay, cuántas veces había sentido la tentación de hacer lo que estaba a punto de hacer ahora! Le latía fuerte el corazón.
Malena estaba inmóvil salvo por un movimiento de vaivén de sus caderas, sutil y sensual, que traicionaba su excitación. Cecilia empezó a pegarle alternando de una nalga a otra, sin mucha fuerza pero con un ritmo constante. Malena gimió, pero no de dolor.
-¿Qué? Duele, ¿eh?
-No me está doliendo nadita.
-¡Ya lo sé, tonta! ¡Estás disfrutando como una enana, se te nota un montón!
Lorenzo tenía la mirada clavada en el rostro de Malena. Levantó los ojos hacia Cecilia y movió la cabeza afirmativamente. Malena enterró la cara en el sofá.
-¡Pues ahora vas a ver! No todo va a ser gusto, que estabas portándote muy mal.
Levantó la mano y le dio un azote de los de verdad, que restalló por toda la habitación.
-¡Ay! ¡Ese sí que duele!
-¿Ves? Eso es para que aprendas a ser buena.
-¡No me da la gana! ¡No quiero ser buena!
Pues sí que tiene madera de masoca, pensó Cecilia.
Se puso a darle una buena zurra, sin pasarse, pero tampoco sin contemplaciones. Malena apretó el culo, pataleó todo lo que le permitían los pantalones en sus tobillos.
-Bueno, pues cuando te decidas ser buena, me lo dices y paramos.
-¡Ay, sí! ¡Para un poquito!
Cecilia detuvo la azotaina y le acarició las nalgas. Tenían un precioso color sonrosado y estaban muy calientes. Malena respondió a sus caricias volviendo a mover las caderas. Cecilia sabía por experiencia que iba a querer más.
-¿Vas a ser buena?
-¡No!
La volvió a azotar, primero flojito, luego aumentando gradualmente la fuerza de los golpes. Malena aguantó un buen rato, quejándose, gimiendo, meneando el culo y dándole pataditas al sofá.
Lorenzo se había puesto a acariciar el pelo de Malena, sujetándole aun las muñecas con su otra mano. Seguía todo el proceso fascinado, alternando la mirada entre el trasero de Malena y el rostro de Cecilia.
Sabía por su propia experiencia que Malena no le iba a pedir que parara. Estaría envuelta en una abrumadora confusión de dolor, placer, humillación, sumisión y fantasías que no la dejaría pensar en nada más. Mejor no arriesgarse y detenerse a tiempo. Empezó a espaciar más los azotes, intercalándolos con caricias a las nalgas rojas y calientes. Malena respondió levantando el trasero de forma obscena, gimiendo con cada caricia y quejándose con cada azote.
-¿Qué? ¿Vas a ser buena ahora?
-Sí… No… ¡Ay! ¡No me pegues tan fuerte! … Sí, sí, acaríciame así… ¡Ay! ¡Sí, voy a ser buena! ¡Voy a ser muy buena!
Le agarró una nalga ardiente y se la estrujó. Le deslizó los dedos en la raja del coño. Malena se tensó y suspiró. Estaba empapada por dentro.
-Pues me vas a obedecer en todo lo que te diga, si no quieres recibir más.
-Vale…
-Venga, pues te vas poner de rodillas junto al sofá… ¡Así, castigada con el culo al aire! No te muevas, ¿eh?
Cecilia se llevó Lorenzo aparte, donde no los podía oír Malena. Su polla le abultaba la delantera del pantalón. Se la acarició. Lorenzo tenía la respiración agitada. Le cogió la mano para retenérsela contra sí.
-¿Qué? Te has puesto cachondo, ¿eh?
-Le has pegado un montón, tía… ¿Estás segura de que está bien?
-Segurísima… Lo que está es muy excitada. Necesitas que la folles ya mismo, así que vete a la habitación, desnúdate y ponte un condón.
-¡Pero tía, yo quería follarte a ti! Hace mucho que no lo hacemos.
-¡Pues te jodes! Haberme dado unos azotes cuando te lo pedí. Ahora no podemos dejar a Malena colgada.
En cuanto Lorenzo se fue al cuarto, volvió junto a Malena. Le puso la mano en la espalda y la empujó hasta que tuvo la cabeza sobre el sofá.
Ya no podía aguantarse más. Empezó a masturbarse. Malena volvió la cabeza, la vio y le sonrió.
-Ahora tendrás que aguantarte con todo lo que queramos hacerte, ya lo sabes.
Por toda respuesta, Malena soltó un quejido que expresaba un enorme deseo y sumisión.
Lorenzo apareció, desnudo, con un condón cubriendo su espectacular erección. Malena lo vio y se agitó, nerviosa, gimiendo esta vez de aprensión. Cecilia le acarició el pelo.
-No te preocupes, chiquitina, que yo estoy aquí contigo. Pero ahora tienes que ser buena y dejar que te culee tu marido. Verás como te va a gustar.
Lorenzo se arrodilló detrás de Malena y la fue penetrando despacio. Al principio Malena se quejó y se retorció, pero pronto el deseo superó sus temores y la obligó a arquear las caderas para ofrecerse mejor. Lorenzo completó la penetración y empezó el bombeo, al que pronto se unió Malena con jadeos y gruñidos de animal. Cecilia, con una pierna en el sofá y una rodilla en el suelo, se masturbó energéticamente mientras los contemplaba, acariciando a Malena con la otra mano: su pelo, su mejilla, su espalda, su trasero ardiente y sonrosado, hasta detenerse en el lugar donde las enérgicas embestidas del vientre de Lorenzo se lo aplastaba rítmicamente.
-¿Ves que bien? ¡Si es que no hay nada como que te follen con el culo bien caliente!
Eso desencadenó el clímax de Malena. Sus quejidos se convirtieron en grititos, su cuerpo se convulsionó en espasmos de placer. Cuando el orgasmo parecía abatirse, volvió a empezar con aún mayor intensidad, a juzgar por los aullidos de Malena. Con dos fuertes acometidas, Lorenzo se corrió a su vez. Cecilia se desplomó sobre la espalda de Malena mientras que se apresuraba a aplicarle a su clítoris los toques finales para llegar ella también a la cúspide.
Lorenzo, exhausto y satisfecho, se dejó caer sobre ella. Se quedaron los tres un rato apilados, recuperando el aliento. Luego los dos ayudaron a Malena a sentarse en el sofá entre ellos, abrazándola.
-¿Te ha gustado, Chiqui?
-Sí, mucho… -Malena soltó una risita-. Estaba como en una nube.
-Hubo un momento que pensé que se estaba pasando un huevo contigo… Pero pensé que era mejor no interrumpir, porque Cecilia sabe un montón de estas cosas.
-¡Pues sí, menos mal que no lo hiciste, porque lo hubieras echado todo a perder! ¿Verdad, Cecilia?
-Bueno, en estas cosas nunca se sabe… Me alegro de no haberme equivocado.
-Pues yo hubiera podido seguir un poco más. Ahora entiendo por qué te gusta que te peguen. ¡Está fenomenal! Es un sentimiento muy dulce, que te llena por todas partes, como si te volvieras muy blandita por dentro, ¿verdad?
-Sí. Es lo que yo llamo sentirme sumisa.
-¿Ves como no pasa nada por pegar, Lorenzo?
-Pues yo nunca podría pegarte a ti, Chiqui.
-¿Y a mí tampoco?
-A ti menos, Cecilia. No pienso maltratar a ninguna mujer.
-¡Ay, Lorenzo! ¡No seas tan cerrado de mollera, joder! ¡Y deja ya de mirarme con esa cara de pena! Nos tomamos un descansito y luego me follas a mí, ¿vale?
¿Cómo llegaron Cecilia, Lorenzo y Malena a hacer ese ménage-a-trois tan relajado? ¿Por qué no tiene celos Malena de que Cecilia se enrolle con su marido? ¿Por qué le dan ataques de pánico a Malena? ¿Quién es Laura, y qué pinta en todo esto? ¿Cómo llegó Cecilia a ser una experta en sadomasoquismo?
ResponderEliminarSi quieres conocer las respuestas a esas preguntas, y muchas cosas más, tendrás que leer mi trilogía "Voy a romperte en pedacitos". Allí también encantarás muchas escenas de sexo como ésta.