domingo, 9 de febrero de 2014

La sumisión de Malena

Este es otro fragmento de la novela que estoy escribiendo, la continuación de "Voy a romperte en pedacitos". Se trata de un primer borrador, la versión final seguramente será más elaborada. También he eliminado algunos detalles que pueden ser "spoilers" para los que no hayáis leído "Voy a romperte en pedacitos". Esta historieta quiere mostrar lo que es la negociación de una relación de dominación-sumisión; cómo los deseos de la dominante y la sumisa convergen en una determinada manera de actuar. 

Dibujo cortesía de Pattydraws

Malena se pasó el día preparándose para su encuentro con Cecilia. Limpió a conciencia toda la casa, haciendo la cama en el dormitorio, barriendo meticulosamente el salón-comedor, quitándole el polvo a las estanterías, sacudiendo el polvo de los cojines del sofá en el patio trasero. Cuando terminó se le ocurrió que quizás habría tenido que hacer lo contrario: dejar el apartamento sucio y desordenado para así darle un motivo a Cecilia para castigarla. Pero no, el tener la casa sucia iba en contra de su manera de ser, sobre todo cuando iba a recibir a su mejor amiga. Además, eso de provocar los castigos a propósito era un poco enrevesado, ¿no? Y, sin embargo, si siempre se portaba bien, Cecilia nunca la castigaría… ¡Qué lío! Esto del sadomasoquismo era demasiado nuevo para ella; tendría que pedirle a Cecilia que se lo explicara mejor.
Lo que sí sabía era que desde que se vio atravesada en el regazo de Cecilia, recibiendo azotes en el trasero bajo la mirada lujuriosa de Lorenzo, no había deseado otra cosa que volver a vivir esa experiencia, volver a sentirse bajo el control de Cecilia, pequeña e indefensa como una niña.
Un par de horas antes de que apareciera Cecilia se duchó, lavándose el pelo a conciencia, cepillándoselo bajo el secador hasta darle el volumen y la ondulación adecuados. Se recortó cuidadosamente el vello del pubis con unas tijeras. Le daba algo de miedo afeitarse el coño como hacía Cecilia; los intentos que había hecho anteriormente habían resultado en escozores muy molestos y algún que otro feo grano de pus. Escogió su mejor ropa interior. No tenía ninguna de esas picardías que sin duda le gustaban a Cecilia, pero unas braguitas nuevas, blancas estampadas con flores, le dieron el aire infantil que quería que Cecilia viera en ella. Rebuscó entre sus sujetadores sin encontrar ninguno que le gustara. Al final decidió no ponérselo; con sus pechos pequeños realmente no lo necesitaba. Completó su atuendo con un vestido cortito, estampado con flores de muchos colores, y unas sandalias de tiras de cuero que se había comprado en el Rastro.
Cecilia tocó el timbre a las cinco en punto. Malena corrió hacia la puerta, pero el gato Lenin llegó antes que ella, restregándose contra madera con el rabo bien tieso. En cuanto abrió la puerta empezó a enroscarse en las piernas de Cecilia, dejando en claro que le pertenecía a él y a nadie más. Y sin duda debía ser así, pues lo primero que hizo Cecilia al entrar fue coger al gato en brazos, acariciarlo detrás de las orejas y frotarse el pelaje anaranjado de su cabeza contra las mejillas. Sólo cuando Lenin saltó al suelo, satisfecho de caricias, Cecilia se le acercó y le plantó un beso en los labios con una sonrisa.
-¡Estás guapísima, Malena! Ese vestido te sienta muy bien.
-Tú también estás muy guapa. ¿Has ido así a la universidad?
Cecilia vestía una camisa de manga corta color crema, desabotonada para revelar vistazos de su sujetador, falda verde oscuro, medias negras y zapatos de medio tacón. Su pelo, más largo de lo habitual, estaba un poco revuelto, formando un halo de rizos en torno a su cabeza.
-Sí, claro. No tenía tiempo de ir a casa a cambiarme. Pero si me abrocho un poco más la camisa creo que voy lo suficientemente decente, ¿no?
-Sí… Es profesional y sexy a la vez… ¿Qué me vas a hacer? Quería haber hecho alguna travesura para que me castigaras, pero no se me ocurrió nada. Ya ves, metida aquí en casa todo el día, me dio por ponerme a limpiar.
-¡Ay, Malena! No seas tonta, no tienes que hacer nada para que te castigue. Anda, ven, vamos a sentarnos en el sofá, que tenemos que hablar.
Fue a tomar asiento a su lado, pero Cecilia la hizo sentarse sobre su regazo. Malena se abandonó en sus brazos, apoyando la cabeza en su hombro, oliendo el perfume de su pelo. Lenin se subió de un salto al respaldo del sofá y se puso a ronronear junto a ellas. Cecilia trazó distraídamente el contorno de las pecas en sus muslos.
-Malena, ya sabes que estoy en deuda contigo. Me recogiste en vuestra casa cuando no tenía a dónde ir y me defendiste cuando Lorenzo quiso echarme aquella vez. Luego peleaste por mí como una leona cuando Luis me atacó con su banda de fachas…
-¡Pero es que no es eso, Cecilia! -la interrumpió, despegándose de ella-. No te pido que me devuelvas ningún favor. Quiero que me hagas lo que quieras hacerme… Que disfrutes de mí… Porque yo te gusto, ¿no?
-Sí, Malena, me gustas mucho. Pero no me vengas con esas, tú también quieres algo de mí, me lo dijiste el otro día… Y eso está bien, de verdad, porque de lo que se trata es de que disfrutemos las dos, cada una a su manera. De hecho, a mí lo que más me haría disfrutar es hacerte feliz. Así que vamos a dejarnos de tonterías y a hablar claramente de lo que queremos.
Malena se volvió a dejar caer sobre el hombro de Cecilia.
-Es que yo no estoy muy segura de lo que quiero… Quiero que me enseñes tu mundo del sadomasoquismo ese. Que me hagas lo del otro día, que me hizo sentirme de una forma muy especial.
-Vale: darte unos azotitos en el culete… No hay ningún problema con eso, Malena… Pero creo que quieres algo más. Cuando fuiste a verme a la universidad me dijiste que quería que fuera tu mamá.
Malena ocultó la cara en el pelo de Cecilia.
-No sé por qué te lo dije… Me da mucha vergüenza hablar de eso.
Cecilia le acarició suavemente el muslo.
-No tiene por qué darte vergüenza, Malena. Somos amigas y hemos hecho muchas gamberradas juntas, ¿no? Ya sé que el otro día te puse muchas pegas, pero me lo he estado pensando y creo que puede ser algo muy bueno para las dos.
-¿De verdad?
-De verdad, Malena. Tú dime cómo te gustaría que fuera y poco a poco vamos viendo lo que podemos hacer.
-Pues… Me gustaría que fueras mi mamá secreta, algo que sólo sepamos nosotras dos. Y que me cojas así en brazos, como estás haciendo ahora, y me acaricies, y me digas lo que tengo que hacer… Estoy perdida, Cecilia, no sé qué hacer con mi vida. Todos estos años, desde que me fui de Chile, he pasado mucho miedo… No sabía dónde ir, qué iba a ser de mí. Y entonces llegaste tú… y solucionaste los problemas que tenía con el Lorenzo… y lo convenciste de que se casara conmigo. Y ahora todo está bien, tengo marido y una casa donde vivir… ya no tengo que correr ni esconderme… ¡Pero mi vida está vacía, Cecilia, no sé para dónde tirar! Tú eres la persona más sabia que he conocido en mi vida. Sé que me puedes aconsejar… incluso decirme lo que tengo que hacer, y yo te obedecería en todo… Y si no lo hago, quiero que me riñas y que me castigues. Ya sé que ya no soy una niña; soy una mujer mayor capaz de tomar sus propias decisiones… ¡Pero ahora mismo me sentiría tan bien si  lo único que tengo que hacer es obedecerte! Me fío de ti, sé que me ayudarás a encontrar mi camino.
Le había salido todo de un tirón, desde el fondo del alma. No estaba segura de haber pensado nunca en esas cosas, pero conforme las decía se daba cuenta de que eran verdad. Le puso la mano en el hombro a Cecilia y se lo apretó, sacudiéndola.
-¿Me entiendes, verdad? -dijo con desesperación en la voz.
-¡Claro que te entiendo, Malena! Yo misma he sentido cosas parecidas. Pero me da miedo lo que me pides… Yo no soy tan sabia como te crees, he cometido muchos errores en la vida y seguramente los seguiré cometiendo. Tienes que darte cuenta de que yo sola no puedo guiarte en tu vida, tendrá que ser algo que hagamos entre las dos. Podemos hablar y decidir lo que tienes que hacer… Y luego, si te faltan las fuerzas, desde luego que sí puedes contar conmigo para echarte un chorreo, darte unos azotes y ponerte más derecha que una vela, porque eso sí que lo sé hacer muy bien.
Malena sonrió.
-¡Pues eso es lo que quiero! … ¿Me dejarás que te llame mamá?
-Vale. Pero sólo cuando estemos a solas, ¿eh? O, como mucho, delante de Lorenzo.
-Yo no se lo pensaba contar al Lorenzo…
-Pues esa va a ser la primera orden que te voy a dar… Lorenzo tiene que saberlo, Malena. No podemos dejarlo fuera. Siempre hemos sido los tres mosqueteros, ¿recuerdas? Y él siempre se ha portado fenomenal con nosotras. Los secretos envenenan las relaciones de pareja. Es una lección que me costó muy caro aprender y no voy a dejar que tú cometas el mismo error.
-Vale… Pero, por favor, díselo tú. Tú sabes cómo contar este tipo de cosas… y además el Lorenzo siempre te toma muy en serio. Yo me moriría de vergüenza.
-Bueno, ya se lo diré yo, cuando llegue el momento.
-¿Qué más me vas a mandar hacer?
-¡Ay, no lo sé, Malena! Lo tengo que pensar.
-¿Qué tenías pensado hacerme hoy?
-Pues podíamos empezar con una azotaina… Ya sé que es lo que estás deseando.
-¡Ay sí, por favor!
Enseguida se encontró tendida bocabajo sobre los muslos de Cecilia. Hizo una almohada con las manos y reposó la mejilla sobre ellas. Cecilia le acarició las piernas y le levantó el vestido.
-¡Pero que braguitas tan monas! Parecen de niña… Creo que me va a gustar que seas mi niñita, para así poderte dar unos azotitos de vez en cuando.
Malena se rio, dando pataditas excitadas al asiento del sofá. Notó que Cecilia le metía delicadamente los dedos dentro de las bragas y se las bajaba hasta los muslos. A continuación empezaron los azotes, no muy fuertes, pinchazos picantes sobre la piel delicada del pompis. Cecilia se detuvo y le acarició las nalgas, masajeándoselas y separándoselas con rudeza. Luego volvió a pegarle más fuerte, con un ritmo cadencioso y eficaz. El aguijonazo y el calor que le proporcionaban sus manos se convirtió en una sensación de intensidad creciente, hasta llegar al punto en que no pudo evitar quejarse y debatirse.
-¿Qué? Duele, ¿eh? ¿Ves? Mejor que no me obligues a darte una azotaina de castigo, pues te puedo hacer pasar un mal rato. Pero hoy no… hoy vamos a pasárnoslo bien, ¿vale?
Le pegó una serie rápida de cachetes flojitos que hicieron que su piel se despertara en un agradable escozor. Luego, justo cuando empezaba a desear más, vino una tanda de azotes fuertes y espaciados, que cesó en el momento que empezaban a volverse intolerables. Cecilia siguió alternando series de azotes suaves y enérgicos, impidiéndola distraerse un solo momento. Por fin se detuvo y volvió a masajearle el culo.
 -¿Te acuerdas cuando nos gatillábamos juntas en la cama, Malena? A ti siempre te ha gustado mucho eso, ¿verdad?
-Sí… ¿Por qué? ¿Está mal?
-No. Está muy bien. Me gusta que disfrutes. Por eso mismo quiero que lo hagas ahora.
Se quedó un momento desconcertada, ponderando lo que le pedía Cecilia.
-¿Ahora? ¿Mientras me pegas?
-Precisamente. Venga, no me hagas esperar. Ponte el dedito en el clítoris y date gusto hasta correrte.
Malena deslizó la mano entre su cuerpo y las piernas de Cecilia. Alcanzarse el clítoris con el dedo la obligó a poner el culo en pompa de forma más bien obscena. Notó que estaba muy mojada y su postura la excitó aún más. Cecilia volvió a golpearle su pompis ardiente y expuesto, y ella se frotó el clítoris con fruición. El placer hacía que los azotes le dolieran menos y le gustaran más.
-Avísame cuando te vayas a correr, para que te pegue más fuerte -dijo Cecilia tranquilamente.
Por alguna extraña razón, eso la volvió medio loca. Levantó el culo aún más en el aire y se estimuló furiosamente.
-¡Así me gusta, bonita! Ten un orgasmito muy fuerte para mamá.
Eso fue la gota que colmó el vaso.
-¡A… ahora! ¡Me voy! -alcanzó a decir justo a antes de que se desencadenara su clímax.
El orgasmo pareció durar una eternidad. Fiel a su promesa, Cecilia la zurró de lo lindo mientras se corría, el escozor de los azotes mezclándose de forma extraña con las ondas de placer que le surcaban el cuerpo. Planeando por encima de todas esas sensaciones entrecruzadas estaba la satisfacción de saber que le estaba dando a Cecilia lo que le había pedido, que al gozar se entregaba a ella.
Cuando terminó se quedó exhausta, atravesada sobre el regazo de Cecilia, sin fuerzas siquiera para sacarse la mano de la entrepierna. Cecilia ya no le pegaba, pero el trasero le ardía como si lo tuviera al rojo vivo. Una sensación de enorme bienestar le bañaba todo el cuerpo.
Cecilia le acabó de bajar las bragas, levantándole los pies para acabar de quitárselas. No se le ocurrió protestar.
-Mejor que vayas sin braguitas, para que no te escuezan el culete. Además, quiero que te sientas un poco zorrita.
-Sí, mamá -se atrevió a decir. La palabra le envió escalofríos por todo el cuerpo.
Cecilia la hizo incorporarse y la volvió a sentar en su regazo, abrazándola.
-Ahora escúchame bien… Cuando venga Lorenzo, lo seduces y te lo llevas a la cama. Haz todo lo que él quiera, en la postura en él quiera, ¿entendido?
-Sí… Pero, ¿y tú? ¿No vas a correrte? ¿Quieres que te gatille?
-Otro día, Malena. Se nos ha hecho tarde y no quiero que Lorenzo nos pille en plena faena.
-Pero es que yo… yo quiero hacerte gozar a ti también -dijo quejumbrosa.
-Que no, Malena. No te preocupes por mí.
-Vale… mamá. ¿Qué quieres que haga con el Lorenzo? ¿Quieres que me culee?
-Sí… ¿Crees que podrás convencerlo?
-¡Pues claro! ¡Si él siempre quiere!
-¿Ves? Pues precisamente por eso. ¡Tienes que tener satisfecho a tu marido, Malenita!
-Si tú me lo mandas, lo haré de mil amores -dijo entusiasmada.
-Pues eso es lo que yo siempre he querido: que Lorenzo y tú hagáis el amor como dios manda. Quiero que tengas un buen orgasmo cuando te folle, ¿me oyes? Como el que acabas de tener.
-Pero si me he quedado muy a gusto… No necesito más.
-Pues esa es una de las primeras cosas que quiero enseñarte, Malena: a disfrutar más del sexo. A partir de ahora quiero que folles con Lorenzo todos los días que él quiera. No le pongas disculpas. Si no lo haces, te castigaré… Y descuida, que no te van a gustar nada mis castigos.
-Vale, mami. Me portaré bien, te lo prometo.
Cecilia la volvió a besar. Distraídamente, se pasó la mano por el trasero. Tenía la piel caliente y suave al tacto, como terciopelo. Le vino a la cabeza una idea preocupante.
-Pero… cuando el Lorenzo me vea el culo rojo me va a preguntar que por qué es… ¿Qué le voy a decir?
-¡Pues la verdad! Le dices que he venido a verte y que hemos jugado como el otro día. No hace falta que le des más explicaciones. Dile que ya hablaré yo con él.

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