Continuación de la escena "¡Qué brazos tan fuertes tienes!" De mi nueva novela "Contracorriente (Escenas de poliamor)"
Entreabriendo los ojos, vio a Cecilia sentada en sus talones frente a ellos, mirándolos con ojos lastimeros.
-Está surtiendo efecto, eso de darme envidia -observó.
Beatriz se revolvió en sus brazos.
-¡Ay, perdona! -le dijo a Cecilia-. Se me había olvidado que es tu chico. ¡Qué tonta soy! ¡Si es que veo un hombre así y no me sé controlar! Pero no te preocupes, estoy segura de que tú le gustas mucho más que yo… Sólo soy una chica corriente, más bien feílla. Y encima me vuelvo un poco creída y me tienen que poner en mi sitio… ¡Soy tan estúpida! ¡Sí, estúpida, imbécil, zorra asquerosa…!
Julio la agarró por los hombros y la sacudió para hacerla callar. El tono de Beatriz había ido volviéndose gradualmente cada vez más violento.
-¡Silencio! ¡Aquí mando yo, y si quiero besarte te callas y te aguantas! ¿O tengo que pegarte otra vez?
-Es verdad, Beatriz -intervino Cecilia con voz calma-. Aquí manda él, que para eso es el dominante. A nosotras dos sólo nos queda aguantarnos con lo que quiera hacernos. Para eso me ha traído aquí, para ponerme celosa viendo las cosas que te hace. ¡Y prepárate, que no ha hecho más que empezar!
-No sé por qué digo esas tonterías… -dijo bajando la cabeza-. Seguro que pensáis que estoy loca.
-Loca no sé, pero sí que eres un pelín rara, Beatriz -le dijo con franqueza.
-En todo caso, no soy peligrosa.
-Sólo para ti, por lo visto -observó Cecilia. Le enseñó las muñequeras y tobilleras-. ¿Quieres que se las ponga?
-Sí, será mejor que la atemos antes de que nos haga otro destrozo. Teníamos que haberle hecho caso a Martina. Nos dijo que teníamos que tenerla atada todo el rato.
Cecilia empezó a ponerle las tobilleras.
-¡No me vendéis los ojos, por favor! Me gusta mucho veros.
-No pensaba hacerlo. Yo también quiero verte los ojos.
Le cogió la cara para mirárselos. Eran castaños, grandes y redondos. El ojo derecho se desvió hacia arriba.
-Tengo estrabismo. No me mires… Es muy feo, ya lo sé.
-Pues a mí me parece muy simpático… Tienes unos ojos preciosos, Beatriz.
-Es la primera vez en mi vida que alguien me dice eso… Sois muy buenos conmigo.
-¿Buenos? ¿Después de la paliza que te acabo de dar?
-Fue una azotaina severa, pero muy cariñosa.
-Has dejado de tartamudear -observó Cecilia mientras le ponía una muñequera.
-Sólo tar-tar-tar… tartamudeo cuando estoy nerviosa.
-¿Y ya no lo estás? -le preguntó él.
-No… No hay nada como una buena paliza para calmarme los nervios.
-¡Menuda masoca estás hecha, Beatriz!
Recordó que le había prometido a Cecilia dejarla tomar la iniciativa. Quizás fuera mejor dejar ver qué se le ocurría hacer con Beatriz. Eso le daría algo de tiempo para hacer sus planes. Beatriz era mucho más imprevisible de lo que había pensado, necesitaba familiarizarse un poco más con ella antes de pasar a juegos más serios.
-Cecilia, ¿por qué no le explicas a esta mocosa cómo tiene que comportarse?
-¡Con mucho gusto, Julio!
Cecilia acabó de cerrar la última hebilla de la muñequera y, de un tirón, hizo que Beatriz se arrodillara en el suelo frente a ella.
-Lo primero que te tiene que quedar claro es que tú no estás aquí para pasártelo bien -le explicó-. Estás aquí para servir a Julio. Tu cuerpo será su juguete esta tarde.
-Sí claro, por supuesto… Perdona, no sé cómo se me ha podido olvidar… Es que es tan simpático que me he puesto a hablar con él como si tal cosa… ¡Qué tonta soy!
Cecilia le dio una bofetada, lo suficientemente fuerte para dejarla herida y desconcertada. Lentamente, se llevó la mano a la mejilla. Cecilia le pinzó los pezones entre el pulgar y el índice y se los retorció hasta hacerla gritar.
-¡Qué sea la última vez que te oigo decir que eres tonta o algo parecido! ¿Me oyes?
-¡Ayyy! Sí, sí, te oigo… ¡Ay, ay, ay, qué daño! ¡Suéltame, te lo suplico!
Cecilia le soltó los pezones. Beatriz se apresuró a cubrírselos con las manos, mirando a Cecilia con reverencia. Julio se sintió impresionado con la firmeza con la que Cecilia se había hecho con la total atención de Beatriz.
-Aquí el único que decide si eres tonta o lista es Julio, ¿te enteras? Si él te llama perra, tú ladras, y si te llama gatita, maúllas. Y, por supuesto, ni se te ocurra volver a pegarte… ¡Mira las marcas que te has dejado! -dijo señalando a las estría rojizas que tenía en los muslos-. Ahora Julio tendrá que dejar sus marcas encima de las que te has hecho tú. ¡Qué vergüenza! ¡Eso no lo hace una buena sumisa!
-Lo siento… Es que pensé que os habíais marchado.
-¡Cállate! Tus excusas no hacen sino empeorar la cosa. Venga, ayúdame a quitarle los zapatos a Julio.
La completa seguridad con la que Cecilia manejaba a Beatriz lo tenía fascinado. De alguna forma se las había apañado para comportarse como la más estricta de las dominantes sin restarle a él la más mínima autoridad. Al contrario, el poder de Cecilia aumentaba el suyo. No queriendo interrumpir la magia del momento, se limitó a mirarlas mientras, una en cada pie, le desataban los cordones y le quitaban los zapatos y luego los calcetines.
-Ahora bésale el pie… No, no lo mires a la cara, mírale sólo el pie… Así.
Cecilia se inclinó hacia delante y se puso a besarle el pie. Beatriz hizo lo propio, mirando a Cecilia de reojo con ansiedad. Como si fuera la cosa más natural del mundo, Cecilia le levantó el pie del suelo y se introdujo su dedo gordo en la boca, chupándoselo como si fuera una golosina. Beatriz la miraba con preocupación. Sin hacerle el menor caso, Cecilia se fue introduciendo en la boca, uno a uno, todos los dedos de su pie izquierdo. Tras un momento de vacilación, Beatriz se metió en la boca el dedo gordo de su otro pie. Desués de los primeros titubeos, pronto estuvo lamiéndole el pie con la misma dedicación con que lo hacía Cecilia. La humedad y el calor de sus bocas le proporcionaba una sensación deliciosa, tremendamente erótica.
-¡Muy bien, Beatriz! -La animó Cecilia-. Creo que podré convertirte en una buena sumisa.
-Me gusta servir a tu chico. Gracias por enseñarme como tengo que hacerlo.
-Seguro que te han entrado ganas de chupar otra cosa, ¿a que sí?
Beatriz soltó una risita y se puso a lamerle la planta del pie, haciéndole cosquillas.
-Julio, ¿te importa que te desnudemos? -le preguntó Cecilia.
-No hace falta, ya me desnudo yo -dijo sacudiéndose a Beatriz del pie. Las cosquillas empezaban a hacérsele insoportables y no quería perder la dignidad.
-Vale, como quieras… ¡Tú, mocosa, no mires! ¡Date la vuelta! Ahora pon la cabeza en el suelo. ¡Levanta más ese culo! ¡Así! No te muevas hasta que te lo digamos.
La postura humillante de Beatriz le ofrecía una perfecta panorámica de sus nalgas sonrosadas enmarcando ese ano perfecto, ancho y liso. Lamentó que Martina le hubiera prohibido follárselo. Pero a lo mejor sí que podría jugar con él. La idea le puso la verga dura como una piedra justo cuando acababa de quitarse los calzoncillos. Cecilia la miró apreciativamente. Le indicó con un gesto que se volviera a sentar.
-Beatriz, date la vuelta, pero no levantes la cabeza del suelo.
Beatriz hizo lo que se le ordenaba. Cecilia le cogió las manos y se las unió tras la espalda con un mosquetón. Luego la hizo levantar la cara para obligarla a mirar la entrepierna de Julio.
-¡Joder, qué pedazo de polla! -exclamó Beatriz.
-Es bonita, ¿verdad? Tenemos que rendirle el debido respeto, como buenas sumisas. Así…
Cecilia se introdujo su verga en la boca y le propinó una de sus mejores caricias de lengua, levantándole escalofríos de placer por todo el cuerpo. Se le escapó un suspiro. Beatriz lo miraba, alelada.
Cecilia, soltándolo, la descubrió y le dio un bofetón.
-¡No mires a Julio a la cara, sólo a su polla! ¿Qué coño te crees que es esto, una peli porno? Te estaba enseñando lo que tienes que hacer y tú te quedas embobada. ¡Venga, a ver qué tal lo haces tú!
Sujetándole la polla con una mano, agarró a Beatriz por el pelo con la otra para conducirla hacia él.
-Saca la lengua y lámela… ¡Así! Ahora dale un besito, sólo con los labios… Chúpale un poco la puntita… Cuidado, no la toques con los dientes. ¿No te han enseñado cómo se hace esto? Mírame a mí.
Pronto las tuvo a las dos mejilla con mejilla, pasándole las lenguas por toda la polla, alternándose en chuparla. Cecilia controlaba la situación, agarrando su verga con una mano y el pelo de Beatriz con la otra, obligándola a prestar plena atención a lo que hacía. Tan pronto Beatriz se ponía a chuparlo con entusiasmo, Cecilia la separaba y se apoderaba posesivamente de él, dejándola frustrada y expectante. A pesar de lo mucho que disfrutaba del espectáculo, él mismo acabó por sentirse un juguete de los caprichos de Cecilia, atrapado en una montaña rusa de placer y frustración,.
-Ya sabes que a ti también te voy a dar lo tuyo -le advirtió a Cecilia, quien se sacó su verga de la boca y se la metió a Beatriz en la suya para contestarle:
-Por supuesto… Para eso hemos venido, ¿no?
Entreabriendo los ojos, vio a Cecilia sentada en sus talones frente a ellos, mirándolos con ojos lastimeros.
-Está surtiendo efecto, eso de darme envidia -observó.
Beatriz se revolvió en sus brazos.
-¡Ay, perdona! -le dijo a Cecilia-. Se me había olvidado que es tu chico. ¡Qué tonta soy! ¡Si es que veo un hombre así y no me sé controlar! Pero no te preocupes, estoy segura de que tú le gustas mucho más que yo… Sólo soy una chica corriente, más bien feílla. Y encima me vuelvo un poco creída y me tienen que poner en mi sitio… ¡Soy tan estúpida! ¡Sí, estúpida, imbécil, zorra asquerosa…!
Julio la agarró por los hombros y la sacudió para hacerla callar. El tono de Beatriz había ido volviéndose gradualmente cada vez más violento.
-¡Silencio! ¡Aquí mando yo, y si quiero besarte te callas y te aguantas! ¿O tengo que pegarte otra vez?
-Es verdad, Beatriz -intervino Cecilia con voz calma-. Aquí manda él, que para eso es el dominante. A nosotras dos sólo nos queda aguantarnos con lo que quiera hacernos. Para eso me ha traído aquí, para ponerme celosa viendo las cosas que te hace. ¡Y prepárate, que no ha hecho más que empezar!
-No sé por qué digo esas tonterías… -dijo bajando la cabeza-. Seguro que pensáis que estoy loca.
-Loca no sé, pero sí que eres un pelín rara, Beatriz -le dijo con franqueza.
-En todo caso, no soy peligrosa.
-Sólo para ti, por lo visto -observó Cecilia. Le enseñó las muñequeras y tobilleras-. ¿Quieres que se las ponga?
-Sí, será mejor que la atemos antes de que nos haga otro destrozo. Teníamos que haberle hecho caso a Martina. Nos dijo que teníamos que tenerla atada todo el rato.
Cecilia empezó a ponerle las tobilleras.
-¡No me vendéis los ojos, por favor! Me gusta mucho veros.
-No pensaba hacerlo. Yo también quiero verte los ojos.
Le cogió la cara para mirárselos. Eran castaños, grandes y redondos. El ojo derecho se desvió hacia arriba.
-Tengo estrabismo. No me mires… Es muy feo, ya lo sé.
-Pues a mí me parece muy simpático… Tienes unos ojos preciosos, Beatriz.
-Es la primera vez en mi vida que alguien me dice eso… Sois muy buenos conmigo.
-¿Buenos? ¿Después de la paliza que te acabo de dar?
-Fue una azotaina severa, pero muy cariñosa.
-Has dejado de tartamudear -observó Cecilia mientras le ponía una muñequera.
-Sólo tar-tar-tar… tartamudeo cuando estoy nerviosa.
-¿Y ya no lo estás? -le preguntó él.
-No… No hay nada como una buena paliza para calmarme los nervios.
-¡Menuda masoca estás hecha, Beatriz!
Recordó que le había prometido a Cecilia dejarla tomar la iniciativa. Quizás fuera mejor dejar ver qué se le ocurría hacer con Beatriz. Eso le daría algo de tiempo para hacer sus planes. Beatriz era mucho más imprevisible de lo que había pensado, necesitaba familiarizarse un poco más con ella antes de pasar a juegos más serios.
-Cecilia, ¿por qué no le explicas a esta mocosa cómo tiene que comportarse?
-¡Con mucho gusto, Julio!
Cecilia acabó de cerrar la última hebilla de la muñequera y, de un tirón, hizo que Beatriz se arrodillara en el suelo frente a ella.
-Lo primero que te tiene que quedar claro es que tú no estás aquí para pasártelo bien -le explicó-. Estás aquí para servir a Julio. Tu cuerpo será su juguete esta tarde.
-Sí claro, por supuesto… Perdona, no sé cómo se me ha podido olvidar… Es que es tan simpático que me he puesto a hablar con él como si tal cosa… ¡Qué tonta soy!
Cecilia le dio una bofetada, lo suficientemente fuerte para dejarla herida y desconcertada. Lentamente, se llevó la mano a la mejilla. Cecilia le pinzó los pezones entre el pulgar y el índice y se los retorció hasta hacerla gritar.
-¡Qué sea la última vez que te oigo decir que eres tonta o algo parecido! ¿Me oyes?
-¡Ayyy! Sí, sí, te oigo… ¡Ay, ay, ay, qué daño! ¡Suéltame, te lo suplico!
Cecilia le soltó los pezones. Beatriz se apresuró a cubrírselos con las manos, mirando a Cecilia con reverencia. Julio se sintió impresionado con la firmeza con la que Cecilia se había hecho con la total atención de Beatriz.
-Aquí el único que decide si eres tonta o lista es Julio, ¿te enteras? Si él te llama perra, tú ladras, y si te llama gatita, maúllas. Y, por supuesto, ni se te ocurra volver a pegarte… ¡Mira las marcas que te has dejado! -dijo señalando a las estría rojizas que tenía en los muslos-. Ahora Julio tendrá que dejar sus marcas encima de las que te has hecho tú. ¡Qué vergüenza! ¡Eso no lo hace una buena sumisa!
-Lo siento… Es que pensé que os habíais marchado.
-¡Cállate! Tus excusas no hacen sino empeorar la cosa. Venga, ayúdame a quitarle los zapatos a Julio.
La completa seguridad con la que Cecilia manejaba a Beatriz lo tenía fascinado. De alguna forma se las había apañado para comportarse como la más estricta de las dominantes sin restarle a él la más mínima autoridad. Al contrario, el poder de Cecilia aumentaba el suyo. No queriendo interrumpir la magia del momento, se limitó a mirarlas mientras, una en cada pie, le desataban los cordones y le quitaban los zapatos y luego los calcetines.
-Ahora bésale el pie… No, no lo mires a la cara, mírale sólo el pie… Así.
Cecilia se inclinó hacia delante y se puso a besarle el pie. Beatriz hizo lo propio, mirando a Cecilia de reojo con ansiedad. Como si fuera la cosa más natural del mundo, Cecilia le levantó el pie del suelo y se introdujo su dedo gordo en la boca, chupándoselo como si fuera una golosina. Beatriz la miraba con preocupación. Sin hacerle el menor caso, Cecilia se fue introduciendo en la boca, uno a uno, todos los dedos de su pie izquierdo. Tras un momento de vacilación, Beatriz se metió en la boca el dedo gordo de su otro pie. Desués de los primeros titubeos, pronto estuvo lamiéndole el pie con la misma dedicación con que lo hacía Cecilia. La humedad y el calor de sus bocas le proporcionaba una sensación deliciosa, tremendamente erótica.
-¡Muy bien, Beatriz! -La animó Cecilia-. Creo que podré convertirte en una buena sumisa.
-Me gusta servir a tu chico. Gracias por enseñarme como tengo que hacerlo.
-Seguro que te han entrado ganas de chupar otra cosa, ¿a que sí?
Beatriz soltó una risita y se puso a lamerle la planta del pie, haciéndole cosquillas.
-Julio, ¿te importa que te desnudemos? -le preguntó Cecilia.
-No hace falta, ya me desnudo yo -dijo sacudiéndose a Beatriz del pie. Las cosquillas empezaban a hacérsele insoportables y no quería perder la dignidad.
-Vale, como quieras… ¡Tú, mocosa, no mires! ¡Date la vuelta! Ahora pon la cabeza en el suelo. ¡Levanta más ese culo! ¡Así! No te muevas hasta que te lo digamos.
La postura humillante de Beatriz le ofrecía una perfecta panorámica de sus nalgas sonrosadas enmarcando ese ano perfecto, ancho y liso. Lamentó que Martina le hubiera prohibido follárselo. Pero a lo mejor sí que podría jugar con él. La idea le puso la verga dura como una piedra justo cuando acababa de quitarse los calzoncillos. Cecilia la miró apreciativamente. Le indicó con un gesto que se volviera a sentar.
-Beatriz, date la vuelta, pero no levantes la cabeza del suelo.
Beatriz hizo lo que se le ordenaba. Cecilia le cogió las manos y se las unió tras la espalda con un mosquetón. Luego la hizo levantar la cara para obligarla a mirar la entrepierna de Julio.
-¡Joder, qué pedazo de polla! -exclamó Beatriz.
-Es bonita, ¿verdad? Tenemos que rendirle el debido respeto, como buenas sumisas. Así…
Cecilia se introdujo su verga en la boca y le propinó una de sus mejores caricias de lengua, levantándole escalofríos de placer por todo el cuerpo. Se le escapó un suspiro. Beatriz lo miraba, alelada.
Cecilia, soltándolo, la descubrió y le dio un bofetón.
-¡No mires a Julio a la cara, sólo a su polla! ¿Qué coño te crees que es esto, una peli porno? Te estaba enseñando lo que tienes que hacer y tú te quedas embobada. ¡Venga, a ver qué tal lo haces tú!
Sujetándole la polla con una mano, agarró a Beatriz por el pelo con la otra para conducirla hacia él.
-Saca la lengua y lámela… ¡Así! Ahora dale un besito, sólo con los labios… Chúpale un poco la puntita… Cuidado, no la toques con los dientes. ¿No te han enseñado cómo se hace esto? Mírame a mí.
Pronto las tuvo a las dos mejilla con mejilla, pasándole las lenguas por toda la polla, alternándose en chuparla. Cecilia controlaba la situación, agarrando su verga con una mano y el pelo de Beatriz con la otra, obligándola a prestar plena atención a lo que hacía. Tan pronto Beatriz se ponía a chuparlo con entusiasmo, Cecilia la separaba y se apoderaba posesivamente de él, dejándola frustrada y expectante. A pesar de lo mucho que disfrutaba del espectáculo, él mismo acabó por sentirse un juguete de los caprichos de Cecilia, atrapado en una montaña rusa de placer y frustración,.
-Ya sabes que a ti también te voy a dar lo tuyo -le advirtió a Cecilia, quien se sacó su verga de la boca y se la metió a Beatriz en la suya para contestarle:
-Por supuesto… Para eso hemos venido, ¿no?
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