jueves, 24 de noviembre de 2016

La violencia contra la mujer es un problema de los hombres

Las víctimas de la violación, abuso sexual y violencia en la pareja son mayoritariamente mujeres. Los agresores son mayoritariamente hombres. ¿Por qué digo, entonces, que la violencia contra la mujer es un problema de los hombres?

Porque la solución de este problema require la participación activa de los hombres. La triste realidad es que muchas personas justifican la violencia de género, como lo revela esta encuesta en países europeos. Aún cuando no la justifican, muchos hombres toman una actitud pasiva ante el problema, pensando que es un problema que concierne sólo a las mujeres y que deben solucionar las mujeres. Nada más lejos de la verdad. Una reciente iniciativa en universidades americanas reveló que cuando los estudiantes masculinos son educados en formas de combatir la violencia de género, los abusos sexuales en los campus disminuyen considerablemente. Los hombres pueden contribuir de gran manera a disminuir estos crímenes si dejan de tolerar que su amigos usen lenguaje machista o que disculpa la agresión sexual. También podemos intervenir directamente si somos testigos de una agresión sexual, o indirectamente si oímos hablar de ella.

Porque, aunque las víctimas directas sean las mujeres, los hombres también sufrimos indirectamente a consecuencia de estos crímenes. Las víctimas de la violencia de género son nuestras esposas, nuestras novias, nuestras hijas, nuestras madres, nuestras amigas, nuestras compañeras de trabajo. Cuando una mujer es víctima de una agresión, eso repercute en nuestro entorno inmediato. Nadie puede ser feliz cuando se maltrata a las personas que más quiere.

Porque una cultura sexo-positiva no es posible mientras siga habiendo violencia sexual. Muchas veces he tenido la triste experiencia de hacer el amor con una mujer que sufrió abuso sexual. En realidad, la mayor parte de las veces que he tenido relaciones sexuales en mi vida, ha sido así. Entonces me doy cuenta de que esa agresión sexual también ha sido contra mí, afecta a mi propia vida sexual. Porque no es fácil hacer el amor con una mujer que al hacerlo tiene que luchar continuamente con los traumas de su pasado. De hecho, la cultura sexo-positiva, sea LGTB, sea BDSM, sea de poliamor, ha estado siempre en la vanguardia de las relaciones sexuales consensuales, seguras y no-violentas.

Porque la violencia contra las mujeres es una afronta nuestros valores éticos más básicos. En los párrafos anteriores he tomado a propósito una perspectiva egoísta, para mostrar que aún desde la actitud más cínica es tremendamente urgente que los hombres luchemos contra la violencia de género. Pero, por supuesto, no somos ni tan cínicos ni tan egoístas. Todos queremos vivir en un mundo más justo, con menos violencia, donde la gente sufra menos y sea más feliz. Esa es la principal razón por la que los hombres debemos luchar contra la violencia de género.

domingo, 20 de noviembre de 2016

¿Qué significa la derrota de Hillary Clinton para el feminismo?

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¿Por qué la flecha del símbolo de Hillary Clinton
apunta hacia la derecha?


Debo empezar diciendo que la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos es un auténtico desastre para Estados Unidos y para el mundo. Al lado de la retórica racista y xenófobica de Trump, de lo que supone su gobierno para las causas progresistas, el hecho de que nos hayamos quedado sin elegir a una mujer a la posición más poderosa del mundo tiene una importancia relativamente menor. De todas formas, no deja de ser una pena, pues hubiera tenido un simbolismo innegable.

Ahora surgen muchas preguntas... ¿Tuvo la derrota de Hillary algo que ver con el hecho de ser mujer? Creo que la respuesta es claramente sí. Ahí están las encuestas que muestran un sesgo de los votantes según sexo: una mayoría de los hombres votaron por Trump, mientras que las mujeres votaron mayoritariamente a Hillary. Indudablemente, hay todavía mucha misoginia en la sociedad americana. Pero otro dato importante es que fue realmente la abstención de muchos progresistas, sobre todo en "swing states" como Pennsylvania, lo que hizo perder a Hillary, quien, tampoco hay que olvidarlo, recogió una mayoría de dos millones de votos a escala nacional.

Quienes seguimos con atención las elecciones vimos una cierta arrogancia en Hillary, un desprecio hacia los votantes más progresistas. Y eso viene de muy atrás, de cuando los progresistas le imploramos a Hillary que votara contra la guerra de Iraq y ella se negó. Luego, durante su campaña contra Bernie Sanders en las primarias, hubo muchas voces en su campo acusando a Bernie y a sus partidarios de misoginia. Una acusación completamente injusta porque los partidarios de Bernie somos mayoritariamente feministas. Él tuvo siempre un cuidado exquisito en sus debates con Hillary de no faltarle al respeto, y se puso de su lado cuando perdió las primarias. Encima, ahora sabemos que Hillary no jugó limpio en las primarias.

Yo voté a Bernie Sanders en las primarias y a Hillary en las generales, como supongo que hicieron la inmensa mayoría de los progresistas. Sin embargo, no me sentí lo suficientemente motivado para contribuir a su campaña con mi dinero o con mi esfuerzo, como hice con la de Bernie. Quién sabe, si Hillary hubiera sabido seducirnos, si hubiera captado nuestras preocupaciones en vez de acusarnos de misóginos, quizás el resultado hubiera sido distinto.

Así que la pregunta fundamental es: ¿qué papel jugó el feminismo en la victoria frustrada de Hillary Clinton? Esa es una pregunta mucho más difícil de contestar. Pero una cosa está clara: existe una reacción muy fuerte contra el feminismo en Estados Unidos y posiblemente en todos los países desarrollados. Es una reacción callada, pasiva-agresiva, que se manifiesta no tanto en lo que se hace como en lo que se deja de hacer. En mi modesta opinión, eso se debe a que el feminismo ha sido demasiado confrontacional. Ha restado en vez de sumar. Ha intentado cambiar la sociedad usando un lenguaje exagerado, dirigido a provocar la culpa y la vergüenza. Ha pedido a los hombres que cambien su conducta, pero se ha negado a escuchar sus voces. Y cuando se hace eso ya no se trata de un diálogo, sino de un sermón. Y a nadie le gusta que lo sermoneen y le vengan con exigencias.

En los duros años que se avecinan tendremos que enfrentarnos contra las fuerzas del racismo, la xenofobia y la misoginia que Trump ha sabido resucitar con nuevas fuerzas y nuevas estrategias. No podemos permitirnos más divisiones en el campo progresista. En particular, el feminismo tiene que hacerse autocrítica y adoptar nuevos métodos para atraerse el apoyo de los hombres... Y también de las muchas mujeres que ha empezado a perder. 

sábado, 19 de noviembre de 2016

Ecuanimidad


La ecuanimidad es algo a lo que siempre aspiro. 

Significa no dejar que los acontecimientos externos influencien nuestro estado de ánimo. Desarrollar un centro de gravedad interior que nos permita ser nosotros mismos, hacer lo que hemos decidido hacer sin dejar que nos vapulee el caos de nuestro entorno. Accidentes inevitables. Personas que se cruzan con nosotros presas de sus propias emociones destructivas que intentan contagiarnos. Resultados decepcionantes a pesar del trabajo que pusimos en que las cosas salgan bien. Si dejamos que todo eso nos afecte nos volvemos ineficaces, perdemos la paz interior y no podemos ser felices. 

La ecuanimidad consiste en cultivar la calma, la paciencia y el desapego. 

No es lo mismo que la indiferencia. 

No significa no tener compasión: debemos ser conscientes del sufrimiento de los que nos rodean, pero sólo podemos trabajar por eliminarlo desde un estado de fortaleza interior. 

No hay que perseguir emociones desmesuradas, aunque sean positivas. Una alegría muy grande, un amor muy intenso, usan nuestra energía y acaban por evaporarse. 

Por el contrario, un sentimiento de calmo bienestar, la amabilidad amorosa ("loving kindness") que predica el budismo, pueden acompañarnos durante mucho tiempo y hacer que nuestra vida dé sus frutos.

sábado, 12 de noviembre de 2016

domingo, 6 de noviembre de 2016

La postura de la carretilla (parte 2)

Beatriz se deslizó de su regazo y salió corriendo hacia su dormitorio. Julio la siguió. Era un cuarto pequeño con una ventana que daba a un patio interior. Una de las paredes era toda un estantería de libros. Aparte de eso había sólo una cama estrecha y a su lado un escritorio cubierto de papeles y de libros. Beatriz abrió el cajón inferior del escritorio, que se podía abrir desde la cama, y sacó dos dildos de goma. Uno era delgado, de un calibre de poco más de un dedo. El otro era negro, con forma de polla y más grueso.

-¿Éste es el más grande? -dijo Julio, sopesándolo.

-Sí. Ya casi no me cuesta nada de trabajo metérmelo en el culo. Está bien, ¿verdad?

Por toda respuesta, Julio se abrió la bragueta y extrajo su verga en erección. Colocó el consolador negro al lado. Era claramente más delgado que su pene.

-Pues no sé si va a ser suficiente, ¿ves?

-¡Ay, qué gracia! Se ve que Martina lleva tiempo sin ver una polla.

-Pues ya veremos si luego sigue haciéndote tanta gracia, porque yo ya me he hecho a la idea de que voy a darte por culo.

Beatriz le agarró la verga, que terminó de endurecerse de inmediato.

-¡Joder, es verdad! La tienes muy grandota -dijo con una sonrisa satisfecha.

-¿Y eso no te preocupa?

-Me tendré que aguantar con lo que haya. Después de montarte toda esta movida, ya no me puedo echar atrás.

-Bueno, ya veremos… ¿Tienes lubricante y condones?

Beatriz sacó un bote de lubricante y una tira de condones del mismo cajón y se los dio.

-Venga, volvamos al salón.

En cuanto volvieron al sofá, Beatriz se sentó sobre sus muslos y ella misma adoptó la postura de la carretilla. Desde luego, a la chica no le faltaba entusiasmo.

Julio no se molestó con el dildo más pequeño, embadurnó el grande de lubricante y lo apuntó cuidadosamente al ano de Beatriz. En cuanto presionó, Beatriz dio un grito de alarma.

-¿No decías que entraba?

-Sí, sí… Pero tiene que ser un poquito más despacio.

Julio dejó el consolador sobre la mesa de café, cogió el bote de lubricante y aplicó un poco sobre su ano. Luego le introdujo su índice izquierdo.

-¡Ay, ay, qué gustito! -dijo Beatriz dando pataditas en el respaldo del sofá.

-Vale, a ver si así consigo que te relajes un poquito.

-¡Seguro que sí! Me encanta que me folles el culo con el dedo.

Estuvo un rato masajeándole el ano con el dedo, hasta que pudo introducirle otro. Entonces echó mano del consolador, que esta vez entró sin mucho problema.

-¡Guau! ¡Ahora sí que me has abierto el culo -anunció Beatriz.

Sin embargo, por la manera en que ella contrajo las nalgas, no debía de resultarle muy cómodo. Le zurró con la mano derecha mientras la follaba con el consolador con la izquierda. Beatriz acusó el efecto de inmediato, retorciéndose y gimiendo.

-¿Ves? ¿A que esto ya no es tan divertido?

-¡Sí! ¡Sí que lo es! -dijo testaruda.

Decidido a darle una lección, volvió a pegarle y a follarla con el consolador. Pero no duró mucho. El espectáculo del dildo forzando el culito de Beatriz en mitad de sus nalgas enrojecidas lo ponía a cien. Quería tomar posesión de él enseguida.

-Bueno, creo que ya estás todo lo preparada que vas a estar.

-Sí… ¡Métemela a lo bestia!

Le sacó el dildo y la hizo incorporarse sobre su regazo.

-¡Escúchame, tonta! ¡Tú no sabes la que se te viene encima!

-Sí que lo sé… Me va a doler un montón, pero no me importa.

-Eso lo vamos a ver enseguida.

La hizo arrodillarse doblada sobre el asiento del sofá. Le dio el consolador.

-A ver, fóllate con esto como haces por las noches, que quiero verlo.

Beatriz se lo metió en el culo y empezó a bombearse tímidamente con él.

-Normalmente lo hago un poco más deprisa -se disculpó-, pero no quiero que se me irrite.

Se desnudó rápidamente, sin dejar de mirarla. Se puso un condón y lo untó bien con lubricante. Beatriz seguía follándose lentamente con el dildo, soltando algún que otro gemido.

Era una locura. Beatriz no lo iba a poder soportar. Decidió cambiar de plan.

Arrodillándose detrás de ella, le sacó el consolador del culo y lo dejó caer sobre la alfombra. Enfiló su verga a su vagina y empezó a penetrarla con cuidado.

-¡Ay no, por favor! Así no… ¡Encúlame!

-No estás preparada, Beatriz. Te iba a hacer demasiado daño.

-¡Sí que lo estoy! ¿Ahora vamos a desperdiciar todo el trabajo que nos ha costado prepararme? ¡Por favor, Julio, quiero sentirte dentro de mi culito! -lloriqueó.

-¡Pero mira que eres cabezota! ¡Muy bien, pues ahora verás!

Salió de su vagina y, separándole bien las nalgas para ver lo que hacía, apoyó el glande en ese botón color canela que tanto lo tentaba. Empujó hacia delante y no encontró gran resistencia. Su glande desapareció dentro de ella.

-¡Jodeeer! -exclamó ella-.¡La tienes enorme!

Se dio cuenta de que ella había clavado los dedos en el asiento del sofá y lo estrujaba hasta dejarle blancos los nudillos. Pensó en sacársela pero, como si le leyera la mente, Beatriz le dijo:

-¡Sigue, sigue! Total, ya estás dentro…

Prosiguió su avance lentamente, hasta enterrar completamente la verga en su recto.

-¡Ay, Julio, por fin! ¡Ya tienes mi culito, como tú querías! ¡Qué ilusión! ¡No sabes la de veces que he soñado con este momento!

-¿No te duele?

-No… Bueno, casi nada… ¡Venga, fóllame!

Se retiró y la embistió un poco más fuerte. Beatriz dio un gritito de alarma. Su respiración se volvió agitada.

-¿Ves, tonta?

-No… ¡Si me está gustando muchísimo! -sollozó.

-Pues no lo parece.

-No… es que tiene que ser así… Tiene que ser una enculada en toda regla… Que me deje hecha polvo… Por favor, Julio, no te cortes… Házmelo de verdad, ¿vale?

A él también le gustaba esa idea. La agarró por las caderas y empezó a follarla despacio, esperando de un momento a otro que ella le suplicara detenerse. En vez de eso, ella se puso a entonar una letanía que lo hizo olvidar toda su cautela:

-¡Jodeeer! ¡Que enculadaaa! ¡Si es que la tienes enorme! ¡Mi culitooo! ¡Cómo me lo vas a dejar, al pobre! ¡Me voy a acordar de esto una semana! ¡Qué fuerte! ¡Qué pasadaaa!

Beatriz parecía excitarse con ese canturreo. La vio meterse la mano entre las piernas para masturbarse. Oírla lo excitaba un montón. Empezó a follarla sin contemplaciones, con la vista clavada en su pene entrando y saliendo entre esas nalgas enrojecidas, tan pequeñas en comparación con la barra de carne que las dividía en dos. Beatriz no detuvo su canción, que se fue transformando gradualmente en un gemido puntuado por un gritito cada vez que él llegaba al fondo:

-¡Ay, dios mío! ¡Qué follada! ¡Ah!

-¡No, si ya lo sabía yo que llegaríamos a esto! ¡Ah!

-¡Con lo zorra que soy! ¡Ah!

-¡Me están dando por culo pero que muy bien! ¡Ah!

-¡Me lo merezco, por tonta del culo! ¡Ah!

-¡Porque mira que soy imbécil! ¡Ah!

-¡Enamorarme como una gilipollas! ¡Ah!

-¡De un hombre que es de otra! ¡Ah!

-¡No digas eso! ¡No digas eso, puta! -le gritó él, excitado hasta el paroxismo. Le dio un azote lo más fuerte que pudo, luego otro con la mano izquierda. Beatriz rompió a llorar, aullando y sacudiéndose con los sollozos. Sabía que debía pararse  y consolarla, pero la misma saña que Beatriz sentía hacia sí misma ahora lo poseía a él. La punta del pene le ardía de placer. La violencia con que extraía su gozo de ella lo enloquecía.

-¡Eso, a ver si aprendes de una puta vez! -le dijo entre dientes-. ¡Aprende a no ser tan tonta! ¡A ofrecerte a algo no que vas a ser capaz de aguantar! ¡Y deja de insultarte de una puta vez! Ya te enseñaré yo a quererte un poquito más…

Beatriz soltó un gemido que parecía salirle del alma. Julio pensó que le había hecho demasiado daño, pero enseguida se dio cuenta por sus convulsiones de que se estaba corriendo. Lloró y gritó durante todo el orgasmo, luego se desplomó exhausta sobre el sofá. Julio siguió follándola con el mismo ritmo implacable, ascendiendo concienzudamente hacia su propio clímax, disfrutando del espectáculo de su cuerpecito sometido a sus caprichos. Cuando eyaculó lo hizo en varias acometidas firmes, llenándola hasta el fondo para hacerla comprender que completaba su posesión de ella.

Escena erótica de mi nueva novela Para volverte loca.

sábado, 5 de noviembre de 2016

La postura de la carretilla (parte 1)

Beatriz se ofreció a llevarlo en su Vespino. Julio sugirió ir en metro, pero Beatriz no quería dejar la Vespino en la calle y se negaba a separarse de él. Se ve que tendía miedo a que la dejara plantada si lo dejaba apartarse de ella un solo momento.

La Vespino parecía un artilugio ridículamente pequeño con ellos dos encima, pero Beatriz le dio caña al acelerador y salieron disparados hacia el Paraninfo, luego por la calle Isaac Peral hacia el norte. Beatriz conducía como una posesa, acelerando y frenando bruscamente,  haciendo slalom entre los coches, pasando tan cerca que Julio pensó que se iba a dejar la rodilla en algún espejo retrovisor. Le dijo varias veces que fuera más despacio, pero Beatriz parecía no oírlo a través de su casco. No había pasado tanto miedo desde aquel día que habían volcado en el velero de Laura, varios kilómetros mar adentro.

Beatriz giró a la derecha por Cea Bermúdez y acabó deteniéndose en la calle de Bretón de los Herreros, a un paso de la casa de los padres de Julio.

-¿Estás segura de que no va a venir tu padre? -le preguntó secándose las manos sudorosas en los vaqueros.

-Segurísima -dijo ella quitándose el casco-. Está en Tenerife y no vuelve hasta mañana. Ayer mismo hablé con él por teléfono.

La siguió al interior de una casa de vecinos como todas las de ese barrio. Beatriz lo miró nerviosa en el ascensor. Julio decidió meterla en cintura a las primeras de cambio.

Ella sacó las llaves, abrió la puerta y se internó con paso decidido en su casa.

-¡Eh, eh, eh! -le dijo él desde la puerta-. ¡Vuelve aquí ahora mismo!

Beatriz volvió junto a él con una mirada interrogativa.

-Quiero que te desnudes aquí mismo, en la entrada -le dijo cerrando la puerta tras él-. Quítatelo todo.

Ella le dirigió una sonrisa traviesa y enseguida se bajó la cremallera de la falda, que cayó al suelo junto a sus pies. Sin perder un instante se quitó las bragas, como para demostrarle lo ansiosa que estaba de quedar a su merced. Se desabrochó los botones de la camisa en un tiempo récord. No llevaba sujetador debajo. Los zapatos y las medias desaparecieron como por ensalmo.

-¡Vaya, vaya! ¡Te desnudas a la misma velocidad con la que conduces esa puta Vespino!

-Me ha entrenado Martina -dijo ella con orgullo-. No creas, que me llevé mis buenos azotes hasta que aprendí a hacerlo lo suficientemente rápido para ella.

Su cuerpecito desnudo le inspiraba saña y ternura al mismo tiempo. Tenía los brazos y las piernas delgados, pechos insignificantes, caderas afiladas, vientre plano y un pubis afeitado de aspecto delicioso. Le metió un brazo entre las piernas y la levantó en vilo. Beatriz soltó un quejido de placer al sentir la repentina presión en su coño.

-¡Y ahora, pequeña, te vas a enterar de lo que vale un peine!

Beatriz se colgó de su cuello y escondió la cara en su hombro. Cargó con ella pasillo abajo, cruzando una doble puerta acristalada para entrar en la sala de estar. Delante de la estantería de pared completa donde estaba la televisión había un tresillo color crema de aspecto cómodo. Se sentó en medio del sofá con Beatriz encima. Hábilmente, la hizo girar para dejarla de espaldas a él. Le pellizcó los pezones hasta que la oyó quejarse. Luego, poniéndole las manos en los hombros, la empujó hasta hacia delante hasta que tuvo su cabeza en sus pies. Beatriz quedó doblada entre sus rodillas con una pierna a cada lado de sus caderas. Era una postura tremendamente expuesta y humillante, que Cecilia y él llamaban “la carretilla”. El pompis redondito de Beatriz quedaba justo encima de su regazo, listo para ser golpeado como un tambor, las nalgas separadas para ofrecerle una buena vista del coño y de ese ano color canela, ancho y liso, que tanto lo había cautivado desde el primer momento en que lo vio. Sorprendida, Beatriz empujó con las dos manos en el suelo para levantar la cabeza y volverse a mirarlo.

-¿Por qué me pones cabeza abajo?

-Para tenerte bien expuesta. ¡Verás qué bien!

-¡Joder, es verdad! Me lo debes estar viendo todo. ¡Qué pasada!

Julio no perdió el tiempo. Quería aprovechar el factor sorpresa para sacarla de su equilibrio y así hacer el castigo más efectivo. Le plantó dos sólidos azotes, uno en cada nalga. Beatriz no se quejó, pero su respiración se volvió más agitada.

Hacía tiempo que no vivía una situación tan excitante. Le tenía que dar a esa mequetrefe una buena lección por haber estado acechándolo, por haberle hecho pasar tanto miedo en esa puta motocicleta. Se puso a pegarle fuerte, a buen ritmo, alternando de una nalga a otra. Beatriz se puso a hacer un comentario en directo de lo que sentía:

-¡Ay, ay! ¡Qué fuerte me estás pegando! ¡Ay, cómo duele! ¡Mi culitooo! ¡Joder, qué paliza! ¡Qué pasadaaa!

Siguió diciendo cosas por el estilo, que a él le sonaban super-excitantes. Encima respondía de forma preciosa, contrayendo el culo, apretando sus piernecitas contra él, dando pataditas al aire, palmadas y puñetazos en la alfombra, pero sin intentar en ningún momento zafarse de él. El pompis pequeñito y respingón de Beatriz pronto estuvo de color rojo cereza.

Hacía tiempo que no se sentía tan sádico, con tantas ganas de ensañarse con alguien. Se le ocurrió que estaba descargando la pena y la frustración de que le hubieran quitado a Cecilia en esa pobre chica que en realidad no había hecho nada malo, sólo ser tan tonta como para ir a enamorarse de él. Se detuvo y se puso a acariciar la piel caliente y enrojecida.

-¿Por qué paras? ¡Si aún no me has castigado lo suficiente! -dijo ella con llanto en la voz.

Julio tiró de ella hasta sentarla en su regazo. Podía sentir el calor que irradiaba su trasero a través de la tela de sus pantalones.

-¿No has tenido bastante? Estás llorando.

-¿No te gusta hacerme llorar? A mí me parece muy bonito -sollozó, puntuándolo con un sorbetón de mocos.

-Me encanta hacerte llorar -reconoció, lamiéndole las lágrimas de las mejillas.

Beatriz se rio. Le puso las manos en la nuca y le dio un beso, mojándole la cara.

-Nunca me habían zurrado en esa postura. ¡Es una auténtica pasada!

-A mí también me gusta. Me ofrece una buena panorámica de tu culito.

-¡Que te vas a follar dentro de nada!

-Hablando de eso… Quiero que me enseñes esos dos consoladores que te ha dado Martina.

-¡Ah, sí! ¡Ven!

Escena erótica de mi nueva novela Para volverte loca.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Políticos holandeses quieren prohibir la adopción internacional

Esta noticia me rompe el corazón y me cabrea... Holanda quiere prohibir la adopción internacional:

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/11/02/actualidad/1478106534_757402.html

¿Por qué me entristece tanto esta noticia? Pues porque hace 15 años y pico mi mujer y yo adoptamos a una bebé preciosa en China. Tenía diez meses y aún no sabía gatear, pues en el orfelinato donde la tenían no la dejaban moverse lo suficiente. No tenían bastantes cuidadoras para supervisarla. Cuando la adoptamos, en unos días aprendió a gatear, en unos meses aprendió a andar y en unos años sacó una medalla de oro en una competición nacional de gimnasia. Ahora saca sobresaliente en todo y va a estudiar medicina.

¿Qué habría sido de ella si se hubiera quedado en China? Ya os lo podéis imaginar. Ahora las parejas chinas ya están empezando a querer adoptar a niñas, pero por aquel entonces la única esperanza de esas niñas abandonadas era la adopción internacional. De otra forma se hubieran pasado su infancia en un orfelinato.

Una de las cosas que más me sorprendió al ser padre adoptivo es que haya gente que mira con malos ojos la adopción. En una de las perversiones más ridículas de lo políticamente correcto, dicen que los niños tienen que crecer en la cultura en la que nacen. Eso es lo que dicen esos politicos prepotentes en Holanda, que no han debido ver un hijo adoptivo en su vida. A mí eso me huele a racismo. A lo mejor lo que en el fondo les molesta esos políticos es que haya niños negros y asiáticos en su país de rubios.

Los niños y los adolescentes quieren vivir en la cultura en la crecen, no en la que nacen. Mi hija parecerá una preciosa chica china, pero por dentro es una chica del sur de California, como todas sus amigas. Que, por cierto, son de todas las razas. Su vida se ha enriquecido con las culturas americana, judía y española, que son las que ha absorbido de sus padres y de su entorno. Hicimos lo posible por mostrarle la cultura china, hasta la llevamos a China con once años, pero ahora pasa mucho de ella.

Es muy triste pensar en los niños que serán privados de unos padres que los quieren a causa de esta política segregacionista. Es muy duro pensar en los padres que nunca podrán tener una hija a quien amar. Que nunca tendrán la suerte que tuvimos nosotros.