martes, 15 de octubre de 2019

Cuatro intentos de matar a un niño

El grillete electrónico de Fernando
Lo que voy a contar a continuación es una historia real, aunque pueda pareceros aún más ficticia que las desventuras de Cecilia en mi última novela.

A mediados de junio, mi esposa y yo acogimos en nuestra casa de Los Ángeles a Fernando, un refugiado de Honduras de 18 años que cruzó la frontera de Estados Unidos y pasó varios meses detenido, primero en un centro de menores. Luego, el día en que cumplió los 18 años, lo internaron en Adelanto, un centro de detención de inmigrantes en el desierto de California. Allí pasó cinco meses en condiciones inhumanas. Mi mujer, escribiendo con el pseudónimo de Lilith Blackwell, está publicando una serie de artículos en inglés en la revista de internet Medium sobre esta experiencia.  Se titulan “The Alien in my Guest Room” (“El extranjero en mi cuarto de huéspedes”). Ya lleva escritos 22. Yo escribí el artículo número 14, que es el que trascribo aquí al español.

Desde que acogimos a Fernando he tenido varias conversaciones con él en las que me fue contando retazos de la historia de su vida, que he condensado aquí.

El primer recuerdo de Fernando, cuando tenía sólo tres años, es el de su padre intentando matarlo con un machete. El día antes había intentado matar a su madre. Llenó un jeringuilla de insecticida e intentó inyectárselo, pero ella consiguió quitárselo de encima y corrió a refugiarse en casa de sus padres. Él apareció al día siguiente, sobrio y más calmado, para pedirle que volviera a casa con sus hijos. Ella se negó a hacerlo. Y esa es la primera memoria de Fernando: estaba debajo de un árbol de mangos, con un machete al cuello, mientras su padre le gritaba a su madre que prefería ver a su hijo muerto que verse separado de él. Menos mal que en ese momento aparecieron sus tíos, hermanos de su madre, quienes le dijeron a su padre que si algo le pasaba al niño él no saldría vivo de esa casa. Él optó por marcharse.

La segunda vez que el padre de Fernando intentó matarlo fue parecida a la primera, tanto que los dos sucesos se mezclan en sus primeros recuerdos. Tenía seis años. Su padre había estado bebiendo con unos amigos, quienes le dijeron que su mujer se veía con otro hombre. Enfurecido, su padre volvió a ir a la casa de sus suegros y volvió a ponerle un machete a Fernando en la garganta. Exigió que ella y sus hijos volvieran con él. Horrorizados, los amigos que habían venido con él lograron convencerlo de que dejara a sus hijos en paz.

Poco después, el padre de Fernando consiguió cruzar la frontera con Estados Unidos, donde residió siete años. Fue desde Los Ángeles a Baltimore, en el estado de Maryland de la costa este de Estados Unidos, donde trabajó reparando tejados. Estaba continuamente en fuga de los agentes de inmigración. Hubo en un momento en que lo pillaron y le pusieron un grillete electrónico como el que lleva ahora Fernando.  Sin embargo, su padre cortó el grillete, se cambió el nombre y se fue a vivir a otro sitio. Estuvo viviendo con una mujer a quien le daba ayuda económica. Imprudentemente, le dio su tarjeta del cajero. Ella le vació la cuenta y lo echó de casa. Sin un duro, al final lo pillaron y lo deportaron a Honduras. O, al menos, esa fue la historia que les contó a sus familiares y amigos.

Mientras su padre estaba en Estados Unidos, la madre de Fernando empezó a salir con otro hombre y eventualmente se fue a vivir con él. Pudo llevarse con ella a su hija Marisa, la hermana pequeña de Fernando. Sin embargo, él, que tenía entonces once años, se tuvo que quedar cuidando la huerta de café de la familia. La casa en la que vivía tenía el suelo de tierra y tejado de lona, sin electricidad ni agua corriente. Se alimentaba de arroz y frijoles, y de algún pez que pescaba en el río. Con sus amigos, usaba un tirachinas para cazar ardillas, zarigüeyas y mofetas para complementar su dieta con algo de carne. Colgando precariamente de cuerdas de cáñamo, recogía miel de las colmenas que había en unos acantilados cercanos. En la huerta cultivaba plátanos, maíz y hortalizas. Y, por supuesto, café, que él mismo recolectaba y vendía. Aunque sólo fue un año al colegio, se las arreglaba para llevar la contabilidad con la ayuda de una calculadora de bolsillo.

La tercera vez que su padre intentó matarlo, Fernando tenía catorce años. Su padre acababa de volver de Estados Unidos. Como parte de un negocio de venta de drogas, alguien le había dado una flamante camioneta Toyota. Se fue en ella a una fiesta en el pueblo de al lado y empezó a emborracharse. Dos de sus parientes empezaron a pelearse por una mujer, y en la refriega uno empujó al otro contra la camioneta, rompiendo una ventanilla. Cuando su padre lo descubrió, le echó la culpa a Fernando. El chaval le explicó lo que había pasado, cómo habían roto la ventanilla en una pelea, pero su padre entonces lo acusó de no haber sabido proteger su vehículo. Sacó la pistola y la cargó. Fernando tuvo el tiempo justo de agazaparse tras la camioneta antes de que empezaran los disparos. Borracho, su padre se lio a tiros con el coche hasta que se le acabaron las balas, destrozando las yantas y las ventanas que quedaban. Fernando tuvo la suficiente calma para contar los disparos. Cuando supo que la pistola estaba vacía, se enfrentó a su padre, diciéndole que era un idiota por haber destrozado su preciado coche. El padre intentó recargar la pistola, pero estaba tan borracho que no conseguía introducir las balas. Al final, sacó el cuchillo. Fernando salió corriendo.

Al oírlo contar esto, mi esposa y yo no nos acabábamos de creer que su padre hubiera sido realmente capaz de matarlo. Seguramente no habían sido más que bravuconadas, le dijimos a Fernando. Con cierta reluctancia, él nos dijo que su padre era en realidad un tipo siniestro que había matado a varias personas. Un día que fue a visitar a sus suegros notaron que llevaba la camisa manchada de sangre. Mientras que los otros lo distraían, unos de los tíos de Fernando salió sigilosamente de la casa y fue a mirar dentro de su coche. En el maletero encontró un saco sanguinolento con restos humanos. Unos días más tarde encontraron dos cadáveres en la orilla del río. Los buitres habían empezado a comérselos, pero pudieron apreciar que uno tenía cortes de cuchillo en un brazo, como si lo hubieran torturado. Claro que no hay forma de saber si eran víctimas de su padre o de la “Mara Salvatrucha”, una poderosa organización criminal basada en El Salvador que también opera en Honduras. Fernando cree que su padre mataba gente cuando salían mal las ventas de droga. Traficaba sobre todo marihuana, pero probablemente también cocaína y heroína. Fernando lo vio a menudo consumiendo las tres drogas, y todo el mundo podía ver las cicatrices que los pinchazos le habían dejado en el brazo.

La cuarta vez que su padre intentó matarlo, Fernando tenía 17 años y ya era lo suficientemente mayor como para ofrecer resistencia. Según Fernando, ese día su padre estaba colgado con marihuana, cocaína y heroína. Fernando estaba trabajando en su huerto, esparciendo las resbaladizas cáscaras del café sobre los campos como fertilizante. Su padre vino a acusarlo de que lo habían timado en la venta de unos plátanos.

-Mira cómo vienes -le replicó Fernando-. Estás drogado. ¿Ese es el ejemplo que le das a tu hijo?

-¡Soy  tu padre! ¡Me debes un respeto! -dijo su padre. Y cogió un palo y le pegó con él en el vientre.

Pero esta vez Fernando no se iba a dejar avasallar. Le quitó el palo y lo tiró. Luego agarró a su padre por la camisa  y le dijo a la cara:

-¿Cómo voy a tratarte con respeto cuando estás siempre borracho? ¿Cómo puedo estar orgulloso de mi padre cuando veo las cicatrices que llevas en el brazo? ¡Me das vergüenza!

Su padre le dio un puñetazo. Cuando Fernando retrocedió, lo golpeó en la espalda varias veces. Entonces sacó el cuchillo. Fernando, quien conocía su reputación como luchador con cuchillo, se dio a la fuga, patinando sobre las cáscaras de café como hacía jugando cuando niño. Su padre no tenía esa destreza y encima estaba borracho, así que se cayó encima del abono, poniéndose perdido.

Por desgracia, la historia tuvo un final trágico. Un día que Fernando estaba ausente, los parientes de su padre le prendieron fuego a su casa pensando que así quemarían el certificado de propiedad de la granja y podrían hacerse con ella. Por desgracia, una tía de Fernando estaba pasando la noche en su casa con su hijo. Él niño logró saltar por la ventana, rompiéndose un brazo que nunca se curó del todo. Su tía murió en el hospital como resultado de las quemaduras.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Sabiendo que su vida estaba realmente en peligro, unos meses después Fernando empezó su larga peregrinación a Estados Unidos, atravesando Guatemala y Méjico. Cinco meses más tarde cruzó la frontera.

3 comentarios:

  1. Acabo de leer tu relato y aún me siento conmocionada. Ningún niño en el mundo debería tener una experiencia de vida como la que ha sufrido Fernando.

    En España la violencia machista es brutal y desgarradora, y demasiado a menudo, las noticias nos anuncian un nuevo caso. ¿Cuándo va a empezar a trabajar la justicia por velar por nuestra seguridad?

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  2. Por desgracia, la experiencia de Fernando es bastante frecuente en niños de países no desarrollados. Sí, ésta es una historia de violencia de género, la del padre de Fernando contra su madre. Tiene los componentes habituales: actitud posesiva ante la mujer y los hijos, el ciclar entre las disculpas y las amenazas, y el preferir matar a la familia antes de quedarse is ella. Pero también es una historia de otros tipos de violencia: el robo, la coacción y las drogas. Lo que hay por detrás de todo esto es la ausencia de policía y un sistema jurídico eficaz. Esto es lo que evita que los países ricos caigan en el caos y la violencia. Honduras es un país muy pobre dominado por una casta poderosa y sin escrúpulos. Hay poco dinero para pagar a la policía, y los pocos que hay son tan pobres que resultan fáciles de sobornar. Éste es el triste panorama social que voy entreviendo en mis conversaciones con Fernando.

    Gracias por tu comentario.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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