sábado, 14 de septiembre de 2019

Para volverte loca 49 - La lavandería

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Domingo 20 de abril, 1980

Al día siguiente, poco después de comer, Javier la fue a buscar a la biblioteca.

-He traído los condones -le soltó sin preámbulos-. ¿Has escrito la carta?

-Sí, aquí está -le respondió, dándole la pequeña hoja de block doblada en cuatro.

Javier se la metió en el bolsillo sin desdoblarla.

-He escrito la dirección al final. La tendrás que meter en un sobre y ponerle un sello.

-¿Qué te crees, que soy subnormal? ¡Anda, vamos!

-¿Ahora? Creí que íbamos a esperar a la noche, como el otro día.

-No, hoy no tengo guardia.

-¿Y no se la puedes hacer a alguien?

-¡No digas tonterías! ¿A cuento de qué le voy a hacer yo una guardia a nadie? Aquí nadie te devuelve los favores. Sería de lo más sospechoso.

-Pero es que de día es muy arriesgado. He oído que la gente de la cocina baja al sótano todo el rato.

-No vamos a hacerlo en el sótano. Conozco un sitio mucho más seguro. ¡Ven!

Al salir de la biblioteca vio a la Leona pasillo abajo. Le pareció que los había visto, pero luego siguió su camino. Eso le dio mala espina.

-No sé, Javier, quizás sea mejor dejarlo para otro día.

-¿Ahora te me vas a rajar? ¡No, si ya sabía yo…! -se sacó la carta del bolsillo y la agitó frente a ella-. Mira, Cecilia, lo hacemos ahora y esta misma tarde pongo esta carta en el buzón. ¿No tenías tanta prisa en mandarla? Si no, hasta que lo hagamos no la mando.

Era un argumento de peso, desde luego. Postergarlo podía significar pasar varios días más en ese sitio.

-Bueno, vale.

Javier abrió una puerta que daba al pasillo y la metió en una escalera de servicio. Llegaron a la planta baja y siguieron bajando.

-¿Otro sótano?

Él no le contestó. La guio por un pasillo de paredes blancas y tubos de neón. Al final había una puerta doble de cristal esmerilado. Javier descolgó un gran manojo de llaves de su cinturón, seleccionó una llave y abrió la puerta. Al otro lado estaba la lavandería del sanatorio: varias filas de lavadoras enormes y otras máquinas que debían servir para secar la ropa. Había grandes sacos blancos de ropa en estanterías a lo largo de las paredes. Javier volvió a cerrar la puerta con llave.

-¿Aquí no viene nadie? ¿Estás seguro?

-No hacen la colada hasta por la tarde. No te preocupes. Venga, desnúdate.

Cecilia empezó a desabrocharse los botones de la chaqueta de su uniforme. Impaciente, Javier le deshizo el nudo de la cuerda de la cintura de sus pantalones y se los bajó. Antes de que ella lograra quitarse la chaqueta ya le había bajado las bragas.

-¡Qué prisas! Déjame que te ponga yo el condón, que tengo una forma muy divertida de hacerlo. Ya verás.

En Angelique había aprendido que algunos clientes te enseñan el condón y luego no se lo ponen. Algunos incluso se lo quitaban en el último momento. Tenía que tener cuidado.

Javier dudó un momento pero acabó por darle el condón. Cecilia se lo agradeció con una sonrisa traviesa, se arrodilló frente a él y le extrajo su polla, gruesa y morcillona, de los pantalones. Enseguida se puso a chuparla. Cuando la tuvo bien tiesa le colocó el condón sobre el glande, se lo volvió a meter en la boca y fue desenrollando el condón sobre su verga con los labios, con sólo alguna ayuda ocasional de sus dedos.

-¿Qué, te ha gustado? -dijo con otra sonrisa.

Por toda respuesta, Javier la cogió por codo, la puso en pie de un tirón, la hizo darse la vuelta y la empotró en una de las estanterías con bolsas de ropa.

-¿Quieres hacerlo así, por detrás?

-¡Pues claro que quiero follarte por detrás, zorra! Así te veo el culo mientras te doy un buen meneo.

A Cecilia apenas le dio tiempo de echar mano de su polla para comprobar que aún tenía puesto el condón antes de sentirse penetrada sin contemplaciones. La primera embestida le hundió la cara en un saco de ropa que olía a detergente. Ese trato brutal la excitaba un montón. Decidió relajarse y disfrutar, dispuesta a que esa vez no se le escapara el orgasmo.

Javier la inmovilizó poniéndole una mano sobre el sacro, y la folló con un ritmo vigoroso pero irregular, al que era difícil acoplarse. Cecilia se concentró en contraer la vagina para extraer el máximo placer de sus acometidas.

Estaba al borde del orgasmo cuando Javier salió de improviso de ella.

-¿Qué pasa? -dijo con voz somnolienta de placer, incorporándose lentamente.

Apenas le dio tiempo de ver a Javier corriendo hacia la puerta, sosteniéndose precariamente los pantalones con una mano. La Leona le bloqueaba el paso en la puerta, pero Javier la apartó de un empujón y siguió corriendo pasillo abajo.

Cecilia se inclinó para subirse los pantalones y las bragas, pero antes de que pudiera hacerlo la Leona se le había echado encima. La cogió por el brazo y la sacudió. 

-¡Ah, no! ¡Tú te quedas así, con el culo al aire, por cochina! -le gritó, propinándole dos sonoros cachetes en el culo, como si fuera una niña.

Eso le gustó, no lo pudo evitar. Todo había pasado tan rápido que seguía al filo del orgasmo. Sabía que estaba en peligro, pero su cerebro se negaba a reaccionar.

-Vale, castígame… Pégame, hazme lo que quieras pero, por favor, no le digas nada al doctor. Ya sabes lo exagerado que es para estas cosas.

-¡Cómo no le voy a decir nada al doctor, cuando esto confirma su diagnóstico! ¡Eres una ninfómana, Cecilia, una adicta al sexo! Me has decepcionado. Pensé que eras una chica lista, que seguirías tu tratamiento para salir de aquí cuanto antes.

-¡No Leona, yo no soy adicta al sexo ni a nada! Hice esto porque decidí hacerlo, porque yo soy dueña de mi cuerpo y ni tú ni nadie tiene derecho a decirme lo que hago con él.

-¿Ah, sí? Pues ahora mismo se lo dices al doctor, a ver lo que opina.

Decirle eso había sido un error. Su única esperanza era convencer a la Leona de que no dijera nada.

-Ya sabes lo que va a decir… ¡Me hará algo horrible, seguro! -dijo juntando las manos en plegaria-. ¡Por favor, Leona, te lo suplico, no le digas nada! Vale, he hecho mal, lo reconozco, pero vamos a arreglar esto entre tú y yo. Déjame que te lo explique… Yo lo único que quiero es salir de aquí y volver a casa con mi marido.

-¿Sí? ¿Tanto quieres a tu marido que le pones los cuernos con el primer enfermero que se te pone a tiro?

-Yo no le pongo los cuernos a Julio. Cuando lo vea se lo diré, y él comprenderá perfectamente por qué lo hice. Si quieres te doy su número de teléfono y tú misma se lo dices.

-¿Sí? Pues yo estoy empezando a pensar que ese marido tuyo no es más que otra de tus fantasías. He visto tu ficha y dice claramente que eres soltera. ¡Venga, ya estoy harta de oír tonterías! Súbete la ropa, que vamos a ver al doctor inmediatamente. Él decidirá qué se tiene que hacer contigo.

-¡No, Leona, por favor, te lo suplico!

Intentó zafarse de ella, pero la Leona la tenía bien agarrada. Le dio otro azote y, cuando vio que eso no la detenía, un violento bofetón.

No había nada que hacer. Cecilia se vistió y acompañó a la Leona mansamente al despacho del doctor Jarama.


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