lunes, 24 de febrero de 2014

Mujeres cabreadas


"Mujer enfadada" por Nicolai Fechin
Éste es uno de esos artículos de mi blog que me resisto a escribir. Son temas complicados, con muchas vertientes, que temo no conocer en profundidad. Por eso quiero empezarlo diciendo que lo que voy a decir es más un proceso de exploración personal que una opinión formada. A pesar de ello, es un tema importante en el que creo que mi reflexión puede ayudar a mucha gente en su proceso de descubrimiento personal. Voy a hablar de la relación de las mujeres con la ira. Seguramente a más de una se le ocurra pensar que, siendo hombre, no tengo derecho a opinar sobre esto, lo que en realidad no es más que una forma de censura. Ya he manifestado antes que me considero feminista. Si alguien no está de acuerdo con mis opiniones que exponga las suyas en los comentarios, que para eso están.

Una de las formas más insidiosas que tiene el machismo para reprimir a la mujer consiste en suprimir su ira y su agresividad. Esto se hace a base de estereotipos destinados a menospreciar a la mujer que se enfada: es una “histérica”, una “marimandona” o incluso una “marimacho”. En EE.UU. el insulto universal para denostar a la mujer agresiva es “bitch” (perra) y que aplican tanto los hombres a las mujeres como las mujeres a otras mujeres. La idea detrás de estos reflejos tan enquistados en la sociedad es que la agresividad es uno de los privilegios del hombre que la mujer no tiene derecho a apropiarse. La cólera del macho es algo que impone respeto, mientras que la de la mujer se vuelve enseguida contra ella y se utiliza para minar su autoestima. Máxime cuando una de las reacciones naturales de la mujer enfadada es echarse a llorar, lo que instantáneamente se interpreta como un signo de debilidad e impotencia. El resultado de toda esta represión en el quitarle el poder a la mujer, tanto en el ámbito familiar como en el laboral. En caso de conflicto, la mujer deberá enfrentarse a la cólera del hombre sin poder responder con su propia agresividad. En el peor de los casos, esto marcará el principio de una situación de maltrato físico o psicológico.

A la vista de todo esto, no es de extrañar que la reacción de las feministas es la de reclamar su derecho a la ira y a la agresividad. Y lo han hecho hasta tal extremo que el feminismo ha quedado impregnado desde hace tiempo de una enorme carga de ira. A veces parece que las feministas están empeñadas en una competición interna para ver quién está más cabreada. ¡Y no se te ocurra decirles que se calmen un poco, porque se te echarán encima! Te dirán, y no les falta razón, que tienen derecho a estar enfadadas. Sobre todo si han sufrido maltratos de parte de algún hombre o han experimentado alguna otra forma de represión machista.

Pero no hay que confundir el derecho a cabrearse con la conveniencia de hacerlo. Como señalaba en mi artículo “Cuando el dragón se despierta”, la ira tiene efectos nocivos considerables para nuestra salud mental y nuestras relaciones sociales. Es verdad que los hombres somos más propensos a la ira que las mujeres. Precisamente por ello, hay un momento en nuestras vidas en que nos damos cuenta que tenemos que controlarla. Me consta que muchos hombres vivimos en un estado continuo de vigilancia de nuestra propia agresividad. Los que no lo hacen corren el riesgo de acabar siendo maltratadores, matones o explotadores de los más débiles, porque la cólera y la agresividad tienen la tendencia a convertirse en hábitos peligrosos que ciegan a los que caen en sus manos. Las mujeres, por el contrario, se ven estimuladas por las corrientes de liberación de la mujer a alentar y a expresar su ira. Aunque las mujeres tienen menos tendencia que los hombres a convertirse en maltratadoras, la ira no deja de tener efectos muy nocivos ellas, pues suele venir acompañada de otras emociones negativas como la desconfianza, el temor, la preocupación y la tristeza. Particularmente dañina es la ira que se manifiesta como un continuo estado de malhumor y hostilidad. El científico Richard Davidson, especializado en el estudio de las emociones, descubrió que el cerebro humano funciona en dos estados mutualmente excluyentes: uno dominado por las emociones negativas y controlado por el córtex prefrontal derecho y otro en el que predominan las emociones positivas basado en la actividad el córtex prefrontal derecho. Por lo tanto, cuando emociones negativas como la ira toman el control nos suelen arrastrar a un estado de infelicidad que también dificulta las relaciones sociales. Esto se ve agravado por el hecho de que las emociones tienden a convertirse en hábitos, con lo que una vez que caemos bajo el control de la ira, el miedo y otras emociones negativas, éstas tienden a invadir nuestras vidas, haciéndonos ver todo a través de su particular cristal oscuro.

Lo que me hizo llegar a estas reflexiones fueron repetidos encuentros con mujeres con tremendos problemas de ira en sus vidas. Que no se me malinterprete: no niego que esas mujeres tengan razones para estar enfadadas. De hecho, en muchos casos esa ira proviene de situaciones de maltrato. Tampoco niego que tengan derecho de estar enfadadas. Lo que digo es que la ira se convierte en una secuela más del maltrato que les impiden recuperar una vida normal. La ira enconada muchas veces da lugar a la depresión. Si, por el contrario, la ira se expresa demasiado a menudo, la mujer en cuestión puede verse abocada a una situación de soledad cuando con su hostilidad aleja a los que se le acercan. Como canta Mark Knopfler en “Nadie tiene la pistola”, arremeter contra la persona que nos quiere es completamente autodestructivo.
Thelma y Louise, mujeres en búsqueda de la libertad

La película Thelma y Louise ilustra de manera perfecta toda esta problemática de maltrato, lucha por la liberación, empoderamiento, justificación de la violencia y comportamiento autodestructivo. Louise salva a Thelma de ser violada, lo que desencadena su ira reprimida causada por su propia violación e incapacidad de castigar a su agresor. Al principio las dos viven su fuga como liberación y empoderamiento. En una escena catártica, las dos se vengan en un conductor de camión machista y más bien corto de ideas. Desgraciadamente, las cosas acaban por escapárseles de las manos y se acaban internando en un camino sin salida.


Por lo tanto, el empoderamiento que se supone que se obtiene al expresar la agresividad es cuestionable. ¿Es real o ilusorio? Es fácil llevarse a engaño, porque la ira emborracha, sobre todo cuando es compartida. La indignación, el sentimiento de superioridad moral, el enardecimiento de sentirse parte de un grupo con objetivos comunes, son emociones enraizadas en lo más profundo de la mente humana. Si no son temperadas por la duda y la razón, llevan al fanatismo, al odio y a la violencia. Esos cabreos colectivos en los que tristemente degeneran muchos movimientos políticos y sociales son notorios por su ineficacia. Producen la ilusión de movimiento pero, una vez finalizada la catarsis colectiva, todo el mundo vuelve a casa y nada cambia. Los motores del cambio real es el trabajo continuado, pertinaz y silencioso; el apoyo mutuo; la organización con un reparto eficaz del trabajo; en definitiva, las relaciones humanas basadas en la amistad, el idealismo y el altruismo. Curiosamente, mientras que la agresividad y la mentalidad de guerrero son atributos masculinos, las relaciones personales, la confianza mutua y el desinterés necesarios para crear movimientos sociales eficaces son más propias del carácter femenino. Por lo tanto, quizás lo mejor sería que las mujeres no intentaran tanto apropiarse del dudoso privilegio de la agresividad y la ira, y se aprovecharan de lo que saben hacer mejor: hacer amigas y colaborar. Ahí es dónde se encuentra el verdadero poder.

Como decía al principio, todo esto no son más que una amalgama de ideas en proceso de formación. Por supuesto, he simplificado mucho lo que es en realidad un problema enormemente complejo que no se presta a soluciones fáciles. Por eso estoy particularmente interesado en conocer qué experiencias habéis tenido con la ira en vuestras vidas.


jueves, 13 de febrero de 2014

San Vainillín

Encontré la primera de las notas sobre el acuario, cuando fui a darles de comer a los peces. Decía “amigo maravilloso” y era una pegatina amarilla con forma de calabaza… Tenía que ser una calabaza, viniendo de Tina, quien se había marchado el día antes a Colorado a llevar a la heredera a una competición de gimnasia. Las notas fueron apareciendo en los sitios más inesperados, todas iguales pero con mensajes distintos. Una dentro de mi zapato decía “¡calabaza en el zapato!”. Cuando fui a sacar una botella de cerveza de la nevera, tenía pegada una nota que decía: “eres listo, honesto, equilibrado, apasionado, compasivo y ardiente”. Me gusta beber la cerveza en jarra, así que saqué una de la alacena con una nota dentro que ponía “me gustas más que el chocolate oscuro”. Dentro de mi Kindle encontré una de mis favoritas: “me gustas cuando escribes”. Claro que la que había en el cajón de la cómoda tampoco estaba nada mal: “por favor, átame, pégame, fóllame”. Y un montón más: “te echo de menos”, “besos y abrazos”, “mil estrellas de oro de marido”, “gracias por todo”, “eres un padre fantástico”, “¿cuántas notas voy a esconder?”, “¿a que no te esperabas una nota aquí?”. Dos notas no eran de Tina; una tenía dibujado un gatito, la otra simplemente decía “miau”. Esas también fueron de las que más me gustaron.

Un detalle típico de Tina, para que me acordara de que me quería mientras estaba de viaje. No está nada mal encontrarte algo así cuando llegas a una casa vacía después de una dura jornada de trabajo. Pero de repente descubrí algo que vino a echar un jarro de agua fría sobre todas esas notas cariñosas: en Blog Eros había un artículo titulado “Vamos a celebrar un San Valentín menos comercial”. ¡Mierda! ¡El viernes es San Valentín! ¿Podría ser que…? ¡No, no quiero ni pensarlo! ¡Tina nunca me haría una cosa así!

Ejemplo de baño de espuma no comercial
Pero ya había caído en la trampa. Imposible escapar. Empecé a leer mis blogs habituales, todos con sugerencias “no comerciales” para ser romántico en San Valentín. La más manida es la del baño erótico con burbujas de jabón, incienso y velitas, que figuraba en tres blogs distintos (se dice el pecado, pero no el pecador). Me pregunté si a Tina le importaría darse un baño erótico de esos mientras yo vomito discretamente en el váter. Luego están los que te aconsejas que tires por la ventana los juguetes sadomasoquistas y los vídeos porno y te concentres en “tocar, saborear, oler, escuchar y mirar”. Lo de tocar me suena a terciopelo, el sabor seguro que es vainilla, el olor a pachuli y el mirar… ¡no puedo mirar, se me cierran los ojos de sueño! Pásame el gato de siete colas, por favor… ¡Gracias, me siento mucho mejor!

Cómo usar el baño de espuma
Tina me llamó hace un par de horas para informarme de cómo iba la cosecha de medallas de la gatita… Sí, claro que exagero, ¿qué te esperabas? ¡soy padre! Bueno, pues después de darle muchas vueltas me atreví a formular la pregunta que me torturaba: “Tina, todas esa notas que me has dejado… ¡que me encantan por supuesto! … Bueno, pues, ¿no será…? Es que mañana es San Valentín, ¿sabes?” La repuesta no se hizo esperar: “¿Que mañana es San Valentín? ¡Ay, perdona, no me había dado cuenta! Si lo llego a saber… Pero tú ya sabes que yo nunca te haría una cosa así… No soy tan cruel. No, las notas eran simplemente para decirte que te echo de menos mientras estoy fuera”. Respiré aliviado.

Claro que, tratándose de Tina, a los pocos minutos tuvo que ir a hurgar en la herida. “¿Que me vas a dar por San Valentín?”, decía el mensaje. Me puse a teclear enseguida: “Una azotaina”. “No me esperaba otra cosa de ti”, me respondió.

Tengo una mujer maravillosa, ¿a que sí?

domingo, 9 de febrero de 2014

La sumisión de Malena

Este es otro fragmento de la novela que estoy escribiendo, la continuación de "Voy a romperte en pedacitos". Se trata de un primer borrador, la versión final seguramente será más elaborada. También he eliminado algunos detalles que pueden ser "spoilers" para los que no hayáis leído "Voy a romperte en pedacitos". Esta historieta quiere mostrar lo que es la negociación de una relación de dominación-sumisión; cómo los deseos de la dominante y la sumisa convergen en una determinada manera de actuar. 

Dibujo cortesía de Pattydraws

Malena se pasó el día preparándose para su encuentro con Cecilia. Limpió a conciencia toda la casa, haciendo la cama en el dormitorio, barriendo meticulosamente el salón-comedor, quitándole el polvo a las estanterías, sacudiendo el polvo de los cojines del sofá en el patio trasero. Cuando terminó se le ocurrió que quizás habría tenido que hacer lo contrario: dejar el apartamento sucio y desordenado para así darle un motivo a Cecilia para castigarla. Pero no, el tener la casa sucia iba en contra de su manera de ser, sobre todo cuando iba a recibir a su mejor amiga. Además, eso de provocar los castigos a propósito era un poco enrevesado, ¿no? Y, sin embargo, si siempre se portaba bien, Cecilia nunca la castigaría… ¡Qué lío! Esto del sadomasoquismo era demasiado nuevo para ella; tendría que pedirle a Cecilia que se lo explicara mejor.
Lo que sí sabía era que desde que se vio atravesada en el regazo de Cecilia, recibiendo azotes en el trasero bajo la mirada lujuriosa de Lorenzo, no había deseado otra cosa que volver a vivir esa experiencia, volver a sentirse bajo el control de Cecilia, pequeña e indefensa como una niña.
Un par de horas antes de que apareciera Cecilia se duchó, lavándose el pelo a conciencia, cepillándoselo bajo el secador hasta darle el volumen y la ondulación adecuados. Se recortó cuidadosamente el vello del pubis con unas tijeras. Le daba algo de miedo afeitarse el coño como hacía Cecilia; los intentos que había hecho anteriormente habían resultado en escozores muy molestos y algún que otro feo grano de pus. Escogió su mejor ropa interior. No tenía ninguna de esas picardías que sin duda le gustaban a Cecilia, pero unas braguitas nuevas, blancas estampadas con flores, le dieron el aire infantil que quería que Cecilia viera en ella. Rebuscó entre sus sujetadores sin encontrar ninguno que le gustara. Al final decidió no ponérselo; con sus pechos pequeños realmente no lo necesitaba. Completó su atuendo con un vestido cortito, estampado con flores de muchos colores, y unas sandalias de tiras de cuero que se había comprado en el Rastro.
Cecilia tocó el timbre a las cinco en punto. Malena corrió hacia la puerta, pero el gato Lenin llegó antes que ella, restregándose contra madera con el rabo bien tieso. En cuanto abrió la puerta empezó a enroscarse en las piernas de Cecilia, dejando en claro que le pertenecía a él y a nadie más. Y sin duda debía ser así, pues lo primero que hizo Cecilia al entrar fue coger al gato en brazos, acariciarlo detrás de las orejas y frotarse el pelaje anaranjado de su cabeza contra las mejillas. Sólo cuando Lenin saltó al suelo, satisfecho de caricias, Cecilia se le acercó y le plantó un beso en los labios con una sonrisa.
-¡Estás guapísima, Malena! Ese vestido te sienta muy bien.
-Tú también estás muy guapa. ¿Has ido así a la universidad?
Cecilia vestía una camisa de manga corta color crema, desabotonada para revelar vistazos de su sujetador, falda verde oscuro, medias negras y zapatos de medio tacón. Su pelo, más largo de lo habitual, estaba un poco revuelto, formando un halo de rizos en torno a su cabeza.
-Sí, claro. No tenía tiempo de ir a casa a cambiarme. Pero si me abrocho un poco más la camisa creo que voy lo suficientemente decente, ¿no?
-Sí… Es profesional y sexy a la vez… ¿Qué me vas a hacer? Quería haber hecho alguna travesura para que me castigaras, pero no se me ocurrió nada. Ya ves, metida aquí en casa todo el día, me dio por ponerme a limpiar.
-¡Ay, Malena! No seas tonta, no tienes que hacer nada para que te castigue. Anda, ven, vamos a sentarnos en el sofá, que tenemos que hablar.
Fue a tomar asiento a su lado, pero Cecilia la hizo sentarse sobre su regazo. Malena se abandonó en sus brazos, apoyando la cabeza en su hombro, oliendo el perfume de su pelo. Lenin se subió de un salto al respaldo del sofá y se puso a ronronear junto a ellas. Cecilia trazó distraídamente el contorno de las pecas en sus muslos.
-Malena, ya sabes que estoy en deuda contigo. Me recogiste en vuestra casa cuando no tenía a dónde ir y me defendiste cuando Lorenzo quiso echarme aquella vez. Luego peleaste por mí como una leona cuando Luis me atacó con su banda de fachas…
-¡Pero es que no es eso, Cecilia! -la interrumpió, despegándose de ella-. No te pido que me devuelvas ningún favor. Quiero que me hagas lo que quieras hacerme… Que disfrutes de mí… Porque yo te gusto, ¿no?
-Sí, Malena, me gustas mucho. Pero no me vengas con esas, tú también quieres algo de mí, me lo dijiste el otro día… Y eso está bien, de verdad, porque de lo que se trata es de que disfrutemos las dos, cada una a su manera. De hecho, a mí lo que más me haría disfrutar es hacerte feliz. Así que vamos a dejarnos de tonterías y a hablar claramente de lo que queremos.
Malena se volvió a dejar caer sobre el hombro de Cecilia.
-Es que yo no estoy muy segura de lo que quiero… Quiero que me enseñes tu mundo del sadomasoquismo ese. Que me hagas lo del otro día, que me hizo sentirme de una forma muy especial.
-Vale: darte unos azotitos en el culete… No hay ningún problema con eso, Malena… Pero creo que quieres algo más. Cuando fuiste a verme a la universidad me dijiste que quería que fuera tu mamá.
Malena ocultó la cara en el pelo de Cecilia.
-No sé por qué te lo dije… Me da mucha vergüenza hablar de eso.
Cecilia le acarició suavemente el muslo.
-No tiene por qué darte vergüenza, Malena. Somos amigas y hemos hecho muchas gamberradas juntas, ¿no? Ya sé que el otro día te puse muchas pegas, pero me lo he estado pensando y creo que puede ser algo muy bueno para las dos.
-¿De verdad?
-De verdad, Malena. Tú dime cómo te gustaría que fuera y poco a poco vamos viendo lo que podemos hacer.
-Pues… Me gustaría que fueras mi mamá secreta, algo que sólo sepamos nosotras dos. Y que me cojas así en brazos, como estás haciendo ahora, y me acaricies, y me digas lo que tengo que hacer… Estoy perdida, Cecilia, no sé qué hacer con mi vida. Todos estos años, desde que me fui de Chile, he pasado mucho miedo… No sabía dónde ir, qué iba a ser de mí. Y entonces llegaste tú… y solucionaste los problemas que tenía con el Lorenzo… y lo convenciste de que se casara conmigo. Y ahora todo está bien, tengo marido y una casa donde vivir… ya no tengo que correr ni esconderme… ¡Pero mi vida está vacía, Cecilia, no sé para dónde tirar! Tú eres la persona más sabia que he conocido en mi vida. Sé que me puedes aconsejar… incluso decirme lo que tengo que hacer, y yo te obedecería en todo… Y si no lo hago, quiero que me riñas y que me castigues. Ya sé que ya no soy una niña; soy una mujer mayor capaz de tomar sus propias decisiones… ¡Pero ahora mismo me sentiría tan bien si  lo único que tengo que hacer es obedecerte! Me fío de ti, sé que me ayudarás a encontrar mi camino.
Le había salido todo de un tirón, desde el fondo del alma. No estaba segura de haber pensado nunca en esas cosas, pero conforme las decía se daba cuenta de que eran verdad. Le puso la mano en el hombro a Cecilia y se lo apretó, sacudiéndola.
-¿Me entiendes, verdad? -dijo con desesperación en la voz.
-¡Claro que te entiendo, Malena! Yo misma he sentido cosas parecidas. Pero me da miedo lo que me pides… Yo no soy tan sabia como te crees, he cometido muchos errores en la vida y seguramente los seguiré cometiendo. Tienes que darte cuenta de que yo sola no puedo guiarte en tu vida, tendrá que ser algo que hagamos entre las dos. Podemos hablar y decidir lo que tienes que hacer… Y luego, si te faltan las fuerzas, desde luego que sí puedes contar conmigo para echarte un chorreo, darte unos azotes y ponerte más derecha que una vela, porque eso sí que lo sé hacer muy bien.
Malena sonrió.
-¡Pues eso es lo que quiero! … ¿Me dejarás que te llame mamá?
-Vale. Pero sólo cuando estemos a solas, ¿eh? O, como mucho, delante de Lorenzo.
-Yo no se lo pensaba contar al Lorenzo…
-Pues esa va a ser la primera orden que te voy a dar… Lorenzo tiene que saberlo, Malena. No podemos dejarlo fuera. Siempre hemos sido los tres mosqueteros, ¿recuerdas? Y él siempre se ha portado fenomenal con nosotras. Los secretos envenenan las relaciones de pareja. Es una lección que me costó muy caro aprender y no voy a dejar que tú cometas el mismo error.
-Vale… Pero, por favor, díselo tú. Tú sabes cómo contar este tipo de cosas… y además el Lorenzo siempre te toma muy en serio. Yo me moriría de vergüenza.
-Bueno, ya se lo diré yo, cuando llegue el momento.
-¿Qué más me vas a mandar hacer?
-¡Ay, no lo sé, Malena! Lo tengo que pensar.
-¿Qué tenías pensado hacerme hoy?
-Pues podíamos empezar con una azotaina… Ya sé que es lo que estás deseando.
-¡Ay sí, por favor!
Enseguida se encontró tendida bocabajo sobre los muslos de Cecilia. Hizo una almohada con las manos y reposó la mejilla sobre ellas. Cecilia le acarició las piernas y le levantó el vestido.
-¡Pero que braguitas tan monas! Parecen de niña… Creo que me va a gustar que seas mi niñita, para así poderte dar unos azotitos de vez en cuando.
Malena se rio, dando pataditas excitadas al asiento del sofá. Notó que Cecilia le metía delicadamente los dedos dentro de las bragas y se las bajaba hasta los muslos. A continuación empezaron los azotes, no muy fuertes, pinchazos picantes sobre la piel delicada del pompis. Cecilia se detuvo y le acarició las nalgas, masajeándoselas y separándoselas con rudeza. Luego volvió a pegarle más fuerte, con un ritmo cadencioso y eficaz. El aguijonazo y el calor que le proporcionaban sus manos se convirtió en una sensación de intensidad creciente, hasta llegar al punto en que no pudo evitar quejarse y debatirse.
-¿Qué? Duele, ¿eh? ¿Ves? Mejor que no me obligues a darte una azotaina de castigo, pues te puedo hacer pasar un mal rato. Pero hoy no… hoy vamos a pasárnoslo bien, ¿vale?
Le pegó una serie rápida de cachetes flojitos que hicieron que su piel se despertara en un agradable escozor. Luego, justo cuando empezaba a desear más, vino una tanda de azotes fuertes y espaciados, que cesó en el momento que empezaban a volverse intolerables. Cecilia siguió alternando series de azotes suaves y enérgicos, impidiéndola distraerse un solo momento. Por fin se detuvo y volvió a masajearle el culo.
 -¿Te acuerdas cuando nos gatillábamos juntas en la cama, Malena? A ti siempre te ha gustado mucho eso, ¿verdad?
-Sí… ¿Por qué? ¿Está mal?
-No. Está muy bien. Me gusta que disfrutes. Por eso mismo quiero que lo hagas ahora.
Se quedó un momento desconcertada, ponderando lo que le pedía Cecilia.
-¿Ahora? ¿Mientras me pegas?
-Precisamente. Venga, no me hagas esperar. Ponte el dedito en el clítoris y date gusto hasta correrte.
Malena deslizó la mano entre su cuerpo y las piernas de Cecilia. Alcanzarse el clítoris con el dedo la obligó a poner el culo en pompa de forma más bien obscena. Notó que estaba muy mojada y su postura la excitó aún más. Cecilia volvió a golpearle su pompis ardiente y expuesto, y ella se frotó el clítoris con fruición. El placer hacía que los azotes le dolieran menos y le gustaran más.
-Avísame cuando te vayas a correr, para que te pegue más fuerte -dijo Cecilia tranquilamente.
Por alguna extraña razón, eso la volvió medio loca. Levantó el culo aún más en el aire y se estimuló furiosamente.
-¡Así me gusta, bonita! Ten un orgasmito muy fuerte para mamá.
Eso fue la gota que colmó el vaso.
-¡A… ahora! ¡Me voy! -alcanzó a decir justo a antes de que se desencadenara su clímax.
El orgasmo pareció durar una eternidad. Fiel a su promesa, Cecilia la zurró de lo lindo mientras se corría, el escozor de los azotes mezclándose de forma extraña con las ondas de placer que le surcaban el cuerpo. Planeando por encima de todas esas sensaciones entrecruzadas estaba la satisfacción de saber que le estaba dando a Cecilia lo que le había pedido, que al gozar se entregaba a ella.
Cuando terminó se quedó exhausta, atravesada sobre el regazo de Cecilia, sin fuerzas siquiera para sacarse la mano de la entrepierna. Cecilia ya no le pegaba, pero el trasero le ardía como si lo tuviera al rojo vivo. Una sensación de enorme bienestar le bañaba todo el cuerpo.
Cecilia le acabó de bajar las bragas, levantándole los pies para acabar de quitárselas. No se le ocurrió protestar.
-Mejor que vayas sin braguitas, para que no te escuezan el culete. Además, quiero que te sientas un poco zorrita.
-Sí, mamá -se atrevió a decir. La palabra le envió escalofríos por todo el cuerpo.
Cecilia la hizo incorporarse y la volvió a sentar en su regazo, abrazándola.
-Ahora escúchame bien… Cuando venga Lorenzo, lo seduces y te lo llevas a la cama. Haz todo lo que él quiera, en la postura en él quiera, ¿entendido?
-Sí… Pero, ¿y tú? ¿No vas a correrte? ¿Quieres que te gatille?
-Otro día, Malena. Se nos ha hecho tarde y no quiero que Lorenzo nos pille en plena faena.
-Pero es que yo… yo quiero hacerte gozar a ti también -dijo quejumbrosa.
-Que no, Malena. No te preocupes por mí.
-Vale… mamá. ¿Qué quieres que haga con el Lorenzo? ¿Quieres que me culee?
-Sí… ¿Crees que podrás convencerlo?
-¡Pues claro! ¡Si él siempre quiere!
-¿Ves? Pues precisamente por eso. ¡Tienes que tener satisfecho a tu marido, Malenita!
-Si tú me lo mandas, lo haré de mil amores -dijo entusiasmada.
-Pues eso es lo que yo siempre he querido: que Lorenzo y tú hagáis el amor como dios manda. Quiero que tengas un buen orgasmo cuando te folle, ¿me oyes? Como el que acabas de tener.
-Pero si me he quedado muy a gusto… No necesito más.
-Pues esa es una de las primeras cosas que quiero enseñarte, Malena: a disfrutar más del sexo. A partir de ahora quiero que folles con Lorenzo todos los días que él quiera. No le pongas disculpas. Si no lo haces, te castigaré… Y descuida, que no te van a gustar nada mis castigos.
-Vale, mami. Me portaré bien, te lo prometo.
Cecilia la volvió a besar. Distraídamente, se pasó la mano por el trasero. Tenía la piel caliente y suave al tacto, como terciopelo. Le vino a la cabeza una idea preocupante.
-Pero… cuando el Lorenzo me vea el culo rojo me va a preguntar que por qué es… ¿Qué le voy a decir?
-¡Pues la verdad! Le dices que he venido a verte y que hemos jugado como el otro día. No hace falta que le des más explicaciones. Dile que ya hablaré yo con él.

sábado, 1 de febrero de 2014

He empezado a escribir la secuela de “Voy a romperte en pedacitos”

Cuando terminé de escribir la trilogía “Voy a romperte en pedacitos” me propuse escribir algo enteramente distinto: una novela de ciencia-ficción, esta vez en inglés. De hecho, ya tengo planeada una buena parte de la trama y he escrito unas cuantas páginas. Sin embargo, conforme han ido pasando los meses he empezado a echar de menos a Cecilia y sus amigos. Cuando terminaba “Amores imposibles” no pude evitar planear una posible secuela. Dejé a propósito varias situaciones sin resolver… No puedo deciros cuáles son sin hacer “spoilers” para los que no hayan leído la trilogía. Poco a poco, la trama de la nueva novela ha ido cristalizando en mi mente. Voy a introducir variaciones importantes en el estilo que la convierten en una novela independiente, no en una cuarta parte de la serie. La más importante es que Cecilia ya no será el único “punto de vista”. Para quienes no lo sepáis, “punto de vista” es el personaje a través del cual se vive la acción. En la nueva novela los personajes se separarán, cada cual ofreciendo una experiencia distinta de los sucesos de la trama. Otra novedad es que la acción no transcurrirá exclusivamente en España, sino que me las apañaré para traer a Cecilia a mi querida California para contaros cómo es la vida por aquí… O cómo era al principio de los años 80, pues la nueva aventura de Cecilia empieza pocos meses después del final de “Amores imposibles”.

La nueva trama será más dura que la de “Voy a romperte en pedacitos”. Desde que acabé la trilogía he tenido una serie de experiencias que me han enseñado cosas muy importantes sobre las relaciones, el BDSM y la vida en general. Quiero incorporar todo eso a la narración. Voy a mantener mi compromiso con el realismo, pero ya sabéis que la realidad supera la ficción.

A continuación os dejo una escena de sexo que he escrito para el principio de la nueva novela. En ella volveréis a encontraros con Lorenzo y Malena, dos de los personajes más atractivos de la trilogía… Y con Cecilia, por supuesto.

Unos azotes a Malena

Cuando acabaron de fregar los platos fueron a reunirse con Lorenzo en la sala de estar. Había bajado la luz y puesto música. Cecilia se sentó a su lado, le pasó la mano por la mejilla y lo besó suavemente en los labios. Él le recorrió con la mano el muslo desnudo, despertándole escalofríos en todo el cuerpo. Malena se sentó al otro lado de Lorenzo, abrazándolo por detrás, hundiendo la cara en su espalda.
-Me ha dicho Malena que vais a atarme, como aquella vez…
-¡No, yo no he dicho eso! -protestó Malena.
-Sí, Malena. Me dijiste que queríais probar lo del sadomasoquismo, ¿no?
-Bueno, eso son cosas de Chiqui…
-Pues puede ser divertido, Lorenzo… Podríamos jugar a que quiero escaparme, como ese día que iba a irme a casa de Laura. Vosotros me atáis y luego os aprovecháis de mí. ¿No te apetece? ¡Venga, seguro que te gusta!
-Yo no sé hacer esas cosas, tía.
-Bueno, pues yo os enseño.
Cecilia se levantó y se plantó delante de ellos. Sonriendo, se desabrochó el botón de sus short y se fue bajando la cremallera lentamente. Luego se dio la vuelta, sacó el culo de forma provocativa y se bajó los pantaloncitos. No llevaba bragas debajo. Tenía las nalgas tostadas por el sol, con sólo un breve triángulo blanco en el centro y la parte superior, donde las había cubierto el bikini.
-¿Quién quiere darle unos azotes a este culete? -preguntó con voz seductora mientras meneaba el trasero.
Malena se levantó, fue junto a ella y le acarició el culo.
-¡Venga, Lorenzo, anímate!
-No. Yo no puedo pegarle a una mujer.
-¡Pero si a mí me gusta!
-Da lo mismo. Es cuestión de principios.
-Venga, no seas fanático, Lorenzo.
-¡Que no, Chiqui!
-Vale pues pégame tú, Malena.
Malena sonrió. Levantó la mano y le dio un cachete.
-Puedes pegarme más fuerte.
Malena le dio otro azote. Cecilia ni se inmutó.
-¿No te duele?
-Pues no, la verdad… Es que estoy acostumbrada a que me peguen mucho más fuerte.
-Pues yo no te puedo pegar más fuerte, que me duele la mano.
Lorenzo sonrió.
-Seguro que te duele mucho más la mano que a ella el culo, Chiqui.
-¡Jodeeeer! ¡Pues vaya par de sadomasoquistas que estáis hechos los dos!
Cecilia se bajó los shorts hasta que los tuvo enredados en un tobillo. Luego, de una patada, los mandó al otro extremos del salón.
-Vale, pues entonces pégame tú a mí.
-¡No digas tonterías, Malena! Si te pego te va a entrar uno de tus ataques de pánico.
-¡Que no! Ya te he dicho que ya no me dan -dijo Malena con voz de niña mala.
-No me hables en ese tono… ¡a ver si te voy a tener que zurrar de verdad!
-¡Hablo como me da la gana!
-No me contestes, Malena. Ya sabes que yo no me ando con tonterías.
-¿Qué te crees, que te tengo miedo?
-Pues harías bien en tenérmelo.
-¡Bah! ¡Si eres una blandengue! ¡Y además, Laura es una idiota!
-No metas a Laura en esto, que ella no tiene nada que ver.
-¡Laura es una idiota y una estúpida!
-¡Mira, Malena, ya está bien!
Malena le sacó la lengua.
Lorenzo se revolcaba de risa en el sofá.
-¡Muy bien! Conque esas tenemos, ¿eh? ¡Pues ahora, verás! … ¡Lorenzo, joder, quítate de ahí, tío! Si no me vas a ayudar, por lo menos no incordies.
-¡Perdona, tía! -dijo Lorenzo apresurándose a levantarse del sofá.
Cecilia agarró a Malena por las muñecas y la miró a los ojos para asegurarse de que todo iba bien. Malena le volvió a sacar la lengua.
Sujetándole las muñecas con una sola mano, Cecilia le desabrochó el botón de los vaqueros y le bajó la cremallera. Malena pudo haberse zafado en cualquier momento, pero no ofreció ninguna resistencia. Le bajó los pantalones hasta dejárselos en los tobillos.
-¡Ahora verás lo que le pasa a las niñas malas!
Volvió a cogerla de las muñecas y tiró de ella hacia el sofá. Malena dio un traspiés y cayeron las dos sobre el asiento. Hábilmente, Cecilia la agarró de una cadera y la hizo girar bocabajo sobre su regazo.
-Lorenzo, cógele las manos… Y mírala a la cara.
Lorenzo vaciló, pero enseguida comprendió lo que quería. Asintió y se arrodilló junto al sofá, tomando las manos de Malena suavemente en las suyas.
Le propinó dos cachetes flojitos sobre las bragas blancas. Malena pataleó un poco y se rio.
-¿Así que esto te parece divertido, eh? ¡Pues ahora verás!
Tiró de las bragas hasta dejárselas liadas en los muslos. Malena tenía un culito pequeñín, blanco y redondito. Por alguna misteriosa razón, la pecas le desaparecían en la cintura y le volvían a aparecer a los lados de los muslos. ¡Ay, cuántas veces había sentido la tentación de hacer lo que estaba a punto de hacer ahora! Le latía fuerte el corazón.
Malena estaba inmóvil salvo por un movimiento de vaivén de sus caderas, sutil y sensual, que traicionaba su excitación. Cecilia empezó a pegarle alternando de una nalga a otra, sin mucha fuerza pero con un ritmo constante. Malena gimió, pero no de dolor.
-¿Qué? Duele, ¿eh?
-No me está doliendo nadita.
-¡Ya lo sé, tonta! ¡Estás disfrutando como una enana, se te nota un montón!
Lorenzo tenía la mirada clavada en el rostro de Malena. Levantó los ojos hacia Cecilia y movió la cabeza afirmativamente. Malena enterró la cara en el sofá.
-¡Pues ahora vas a ver! No todo va a ser gusto, que estabas portándote muy mal.
Levantó la mano y le dio un azote de los de verdad, que restalló por toda la habitación.
-¡Ay! ¡Ese sí que duele!
-¿Ves? Eso es para que aprendas a ser buena.
-¡No me da la gana! ¡No quiero ser buena!
Pues sí que tiene madera de masoca, pensó Cecilia.
Se puso a darle una buena zurra, sin pasarse, pero tampoco sin contemplaciones. Malena apretó el culo, pataleó todo lo que le permitían los pantalones en sus tobillos.
-Bueno, pues cuando te decidas ser buena, me lo dices y paramos.
-¡Ay, sí! ¡Para un poquito!
Cecilia detuvo la azotaina y le acarició las nalgas. Tenían un precioso color sonrosado y estaban muy calientes. Malena respondió a sus caricias volviendo a mover las caderas. Cecilia sabía por experiencia que iba a querer más.
-¿Vas a ser buena?
-¡No!
La volvió a azotar, primero flojito, luego aumentando gradualmente la fuerza de los golpes. Malena aguantó un buen rato, quejándose, gimiendo, meneando el culo y dándole pataditas al sofá.
Lorenzo se había puesto a acariciar el pelo de Malena, sujetándole aun las muñecas con su otra mano. Seguía todo el proceso fascinado, alternando la mirada entre el trasero de Malena y el rostro de Cecilia.
Sabía por su propia experiencia que Malena no le iba a pedir que parara. Estaría envuelta en una abrumadora confusión de dolor, placer, humillación, sumisión y fantasías que no la dejaría pensar en nada más. Mejor no arriesgarse y detenerse a tiempo. Empezó a espaciar más los azotes, intercalándolos con caricias a las nalgas rojas y calientes. Malena respondió levantando el trasero de forma obscena, gimiendo con cada caricia y quejándose con cada azote.
-¿Qué? ¿Vas a ser buena ahora?
-Sí… No… ¡Ay! ¡No me pegues tan fuerte! … Sí, sí, acaríciame así… ¡Ay! ¡Sí, voy a ser buena! ¡Voy a ser muy buena!
Le agarró una nalga ardiente y se la estrujó. Le deslizó los dedos en la raja del coño. Malena se tensó y suspiró. Estaba empapada por dentro.
-Pues me vas a obedecer en todo lo que te diga, si no quieres recibir más.
-Vale…
-Venga, pues te vas poner de rodillas junto al sofá… ¡Así, castigada con el culo al aire! No te muevas, ¿eh?
Cecilia se llevó Lorenzo aparte, donde no los podía oír Malena. Su polla le abultaba la delantera del pantalón. Se la acarició. Lorenzo tenía la respiración agitada. Le cogió la mano para retenérsela contra sí.
-¿Qué? Te has puesto cachondo, ¿eh?
-Le has pegado un montón, tía… ¿Estás segura de que está bien?
-Segurísima… Lo que está es muy excitada. Necesitas que la folles ya mismo, así que vete a la habitación, desnúdate y ponte un condón.
-¡Pero tía, yo quería follarte a ti! Hace mucho que no lo hacemos.
-¡Pues te jodes! Haberme dado unos azotes cuando te lo pedí. Ahora no podemos dejar a Malena colgada.
En cuanto Lorenzo se fue al cuarto, volvió junto a Malena. Le puso la mano en la espalda y la empujó hasta que tuvo la cabeza sobre el sofá.
Ya no podía aguantarse más. Empezó a masturbarse. Malena volvió la cabeza, la vio y le sonrió.
-Ahora tendrás que aguantarte con todo lo que queramos hacerte, ya lo sabes.
Por toda respuesta, Malena soltó un quejido que expresaba un enorme deseo y sumisión.
Lorenzo apareció, desnudo, con un condón cubriendo su espectacular erección. Malena lo vio y se agitó, nerviosa, gimiendo esta vez de aprensión. Cecilia le acarició el pelo.
-No te preocupes, chiquitina, que yo estoy aquí contigo. Pero ahora tienes que ser buena y dejar que te culee tu marido. Verás como te va a gustar.
Lorenzo se arrodilló detrás de Malena y la fue penetrando despacio. Al principio Malena se quejó y se retorció, pero pronto el deseo superó sus temores y la obligó a arquear las caderas para ofrecerse mejor. Lorenzo completó la penetración y empezó el bombeo, al que pronto se unió Malena con jadeos y gruñidos de animal. Cecilia, con una pierna en el sofá y una rodilla en el suelo, se masturbó energéticamente mientras los contemplaba, acariciando a Malena con la otra mano: su pelo, su mejilla, su espalda, su trasero ardiente y sonrosado, hasta detenerse en el lugar donde las enérgicas embestidas del vientre de Lorenzo se lo aplastaba rítmicamente.
-¿Ves que bien? ¡Si es que no hay nada como que te follen con el culo bien caliente!
Eso desencadenó el clímax de Malena. Sus quejidos se convirtieron en grititos, su cuerpo se convulsionó en espasmos de placer. Cuando el orgasmo parecía abatirse, volvió a empezar con aún mayor intensidad, a juzgar por los aullidos de Malena. Con dos fuertes acometidas, Lorenzo se corrió a su vez. Cecilia se desplomó sobre la espalda de Malena mientras que se apresuraba a aplicarle a su clítoris los toques finales para llegar ella también a la cúspide.
Lorenzo, exhausto y satisfecho, se dejó caer sobre ella. Se quedaron los tres un rato apilados, recuperando el aliento. Luego los dos ayudaron a Malena a sentarse en el sofá entre ellos, abrazándola.
-¿Te ha gustado, Chiqui?
-Sí, mucho… -Malena soltó una risita-. Estaba como en una nube.
-Hubo un momento que pensé que se estaba pasando un huevo contigo… Pero pensé que era mejor no interrumpir, porque Cecilia sabe un montón de estas cosas.
-¡Pues sí, menos mal que no lo hiciste, porque lo hubieras echado todo a perder! ¿Verdad, Cecilia?
-Bueno, en estas cosas nunca se sabe… Me alegro de no haberme equivocado.
-Pues yo hubiera podido seguir un poco más. Ahora entiendo por qué te gusta que te peguen. ¡Está fenomenal! Es un sentimiento muy dulce, que te llena por todas partes, como si te volvieras muy blandita por dentro, ¿verdad?
-Sí. Es lo que yo llamo sentirme sumisa.
-¿Ves como no pasa nada por pegar, Lorenzo?
-Pues yo nunca podría pegarte a ti, Chiqui.
-¿Y a mí tampoco?
-A ti menos, Cecilia. No pienso maltratar a ninguna mujer.
-¡Ay, Lorenzo! ¡No seas tan cerrado de mollera, joder! ¡Y deja ya de mirarme con esa cara de pena! Nos tomamos un descansito y luego me follas a mí, ¿vale?